Ciudad solitaria

Amanece nuevamente en la ciudad, la vida no es la misma después de tu partida. Anoche he visto mil colores en mis sueños y ninguno de ellos reflejaba el color de tu piel.

La ciudad repleta de gente está, pero en tu ausencia nadie existe para mi, la siento vacía y taciturna. La noche empieza cuando encienden los faroles, luego el ritmo disminuye y las personas agitadas por el trabajo se sientan en un ocasional café.

Las parejas tomadas de las manos y otras cruzadas de brazos, pasean por las céntricas calles, bajo luces amarillas que invitan al romance. Un ocasional beso las detiene, luego una caricia y un te quiero acompañan sus pasos.

Finalmente aparezco yo, cuando las parejas se han marchado, camino por las plazas recordando los lugares que compartí contigo. Mi paso es tranquilo, siento como el roce del aire frío me acaricia el rostro, entonces recuerdo la suavidad de tus manos en mis mejillas.

En medio de la nada surge una luz, un rápido destello que enciende mis alarmas; luego las imágenes se suceden con rapidez en mi mente.

Pero ya no encuentro esta visión, sólo era mi recuerdo del pasado, que me saludó repentinamente, mientras avanzaba por donde nos sentamos aquella vez, frente a la catedral.

Más allá, en esa otra calle solitaria, debajo de los vetustos balcones, alguna vez anduvimos conversando alegremente del futuro de nuestras vidas, y por esas veredas, compartimos nuestros temores ante una posible separación por tu viaje.

Aquella última vez caminamos de la mano y, de cuando en cuando, te abrazaba fuertemente para sentir tu rostro en mi pecho y tus manos en mi cintura. La noche me pareció interminable, la dicha era infinita para mi. Tenerte tan cerca mío, había sido mi anhelo.

La noche no se detiene, tampoco mis recuerdos contigo, pero sé que no volveré a tener la fortuna de gozar de tu presencia. En el futuro, sólo tu ausencia me acompañará en mis paseos nocturnos, mientras recorro las calles de esta ciudad solitaria.