Terco corazón
Por más que un hombre enamorado se proponga no volver a verla u olvidarla, nunca podría cumplir sus palabras.
Domingo por la tarde, todavía no he almorzado y el hambre ya comienza a alterar mis prioridades. Pero mi deseo de visitar su domicilio aún sabiendo que ella ya no vive ahí, puede más que la sensación de vacío en mi estómago.
La ciudad descansa, el tránsito es ligero y constante; llego a mi destino después de media hora de recorrido, golpeo la puerta de su casa y una mujer grita desde adentro: ¿Quién es? A lo que repondo: ¿Se encuentra...? Soy amigo de fulanita.
Entonces mi corazón se agita brevemente, la puerte se abre y es la abuelita quien me recibe. Conversamos algunos minutos y pregunto sobre el estado de bienestar que tiene su nieta, pues hasta su cuenta de Facebook desapareció hace algunos días. Pero la abuelita tampoco sabe mucho porque no ha tenido comunicación con ella, así que me comprometo a regresar la próxima semana para recopilar nueva información, con la esperanza que sean buenas noticias.
Regreso tranquilo, pues aunque mi pasión me impulsó, fue la razón la que aprovechó tal desvarío para darle un sentido a esta visita. De ninguna forma dejaré que ella piense o sienta que no me interesa o que volteé la página. Mis sentimientos aún son fuertes y no deseo perder contacto con ella, a pesar que ya estoy en el límite de la distancia, si me alejo un poco más quizá sea imposible regresar; al mismo tiempo, es imposible acercarse más a ella, pues ahora vivimos en países distintos y ella ya decidió por otro hombre.
Finalmente almuerzo pasada las 5 de la tarde. Mis pensamientos giran en torno a ella, todavía la extraño, pero este sentimiento comienza a agotarse...
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