No llegó el amanecer
Miré al cielo en la última noche, donde las estrellas ya no están, sólo hay nubes que cubren la belleza de la luna, a esta musa que viaja solitariamente por el alto firmamento oscurecido por unos ojos, que ahora ciegos están.
Cubre el negro tapizado, una interminable masa de gas arrastrada por la incesante brisa, que sólo me permite imaginar aquella blanca estampa de ese ángel que en su tránsito se aleja de mí, sin saber si volveré a gozar de esta visión, o no volveré a verla más.
Se va... se va la joya de mi eterna noche que es mi vida, se marcha aquel brillo de sus ojos que resplandecía en mi corazón hasta hacerlo palpitar; lloraba yo recordando sus labios juntos besando el aire que yo respiré; reía en la tristeza cuando se dibujaba en el ayer de mis recuerdos, su trigueño rostro que llenaba de color la palidez de mi muerta vida; y fue con mi sangre que pinté este vetusto cuerpo, cada vez que mis manos sobre su piel la rozaban.
Y si su chispa hacía arder mi espíritu hasta hacerlo sólo fuego, a qué elemento ascendería yo, cuando los rayos de sus ojos iluminen hasta la mañana, el lecho nupcial que cobije nuestro amor.
¡Oh, mi amada! ¡Oh, princesa de mis noches! Que en días no te convertiste... ¿Podría vivir yo sin imaginarte? ¿Podría morir yo si dejase de pensarte? Por siempre serás mi luna, pero yo quería que seas mi sol.
Cubre el negro tapizado, una interminable masa de gas arrastrada por la incesante brisa, que sólo me permite imaginar aquella blanca estampa de ese ángel que en su tránsito se aleja de mí, sin saber si volveré a gozar de esta visión, o no volveré a verla más.
Se va... se va la joya de mi eterna noche que es mi vida, se marcha aquel brillo de sus ojos que resplandecía en mi corazón hasta hacerlo palpitar; lloraba yo recordando sus labios juntos besando el aire que yo respiré; reía en la tristeza cuando se dibujaba en el ayer de mis recuerdos, su trigueño rostro que llenaba de color la palidez de mi muerta vida; y fue con mi sangre que pinté este vetusto cuerpo, cada vez que mis manos sobre su piel la rozaban.
Y si su chispa hacía arder mi espíritu hasta hacerlo sólo fuego, a qué elemento ascendería yo, cuando los rayos de sus ojos iluminen hasta la mañana, el lecho nupcial que cobije nuestro amor.
¡Oh, mi amada! ¡Oh, princesa de mis noches! Que en días no te convertiste... ¿Podría vivir yo sin imaginarte? ¿Podría morir yo si dejase de pensarte? Por siempre serás mi luna, pero yo quería que seas mi sol.
Comentarios
Publicar un comentario