Un atardecer en el desierto

Debo volver a mi trabajo, la navidad ya ha terminado y mi corazón reboza de júbilo por esta reunión familiar. El bus ha partido, rápidamente abandona la ciudad, subiendo la pendiente y girando por una curva, hasta encontrar la soledad del desierto, que estará presente hasta que llegue a mi destino, seis horas más allá.

La arena lo cubre todo, su pálido color está presente a donde mire; también sobre las quebradas que pasamos, por donde antiguos ríos serpentearon escapando del sofocante calor, pero que hoy yacen secos y cubiertos de cascajos.

Hay pampas donde los remolinos se alzan docenas de metros sobre el suelo, succionando la arena desde su base y esparciéndola en su lento andar. También hay decenas o centenas de afloramientos de rocas sedimentarias, que muestran largos estratos de calizas, lutitas, areniscas y hasta lechosas calcitas con venillas de alguna solución ya solidificada de hierro o algo más.

Entre toda esta naturaleza, la carretera avanza y yo, quizás superado por el paisaje, cerré mis ojos y retuve la imagen en mi entrecejo, hasta que el sueño me venció. Luego de varios minutos, sin saber cuántos fueron, mis párpados se abrieron y un suave reflejo solar me alumbró.

¡Oh dios! Sentí la bendición del divino postrada sobre este milenario campo, hoy convertido en un gran telar, donde el astro rey realiza su magnífica obra en tonos anaranjados. Él mismo, ataviado del naranja más perfecto, pinta el celeste cielo con notas como la de su vestimenta. Las nubes del oeste no pueden escapar de su mano creadora, y todo el esplendor de sus rayos conforman una melodía de colores en un sólo matiz.

Las pampas, montañas y quebradas no escapan a esta gran cuadro, todas ellas están teñidas, pero con más contraste, en un claroscuro que no olvidaré jamás. En tanto, el astro continúa pintando desde el horizonte, cada elemento de este atardecer.

De pronto, yo mismo fui alcanzado por su largo pincel, por su fotónica pintura; quedé plasmado en ese instante, apreciando como el tiempo se detiene en esta obra de arte, hasta sentirme uno con el desierto, parte de un momento que sucedió cuando el resto del universo desapareció.

Entonces mis ojos se humedecieron, no por el sentimiento absoluto de pertenecer a la unidad, no por estar presente durante la creación, fue porque la belleza toda, no está completa si conmigo tú no estás.

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