Defensa del consumidor Perú - Park Inn by Radisson Tacna Restaurante
Mi padre invitó a toda la familia, incluyendo a los nietos, a cenar en la noche del 25 de diciembre. El lugar elegido: el flamante restaurante del hotel Park Inn by Radisson Tacna.
Cierto es que la ubicación del hotel es desfavorable, pero ya dentro, este contrasta con el ambiente que rodea al edificio. Así se daría el inicio a una odisea de sabores que nadie en la familia podrá olvidar.
Como éramos un grupo numeroso, unieron 4 mesas para estar todos juntos. Inmediatamente trajeron las cartas, incluyendo la de licores.
La primera impresión: la carta no está completa, no porque sea reducida, sino por su escasa variedad de platos, no hay ensaladas o platos cortos; pero todavía más, hay dos platos claramente arequipeños que se lucían como cenicientas. Luego de pensarlo mucho —muchísimo— elegí uno del menú para niños.
Mientras esperábamos el pedido, me fijé en la decoración, una especie de art deco minimalista con tonos pasteles, o quizá un vintage sin colores vivos y sin contraste; en fin, la decoración no es lo mío. Noté toritos de Pucará en las paredes y unos cubos medios orientales que no logré indentificar. Estos elementos, sumados a los dos platos arequipeños en la carta, me confundieron porque este hotel no está promoviendo la cultura tacneña, y si bien no es obligatorio, sí es un gesto saludable para la población tacneña y turistas que llegan a esta ciudad, que desean —creo yo— ver lo regional.
Transcurridos 15 minutos, llegaron dos platos de tequeños para todos, que sí estaban bien para empezar, también las bebidas, que en lo general, estuvieron más que refrescantes, sobretodo la limonada con menta que cosechó comentarios favorables. En otros 15 o 20 minutos llegaron los platos pedidos.
Ya con la comida al frente y luego del tercer bocado de spaghetti, comencé a saturarme de sal y aceite. Pero fue mi hermana, la viajera (quien siempre pide lo que no debió pedir) la primera en hacer sonar las alarmas, al indicar que su club sandwich tenía el pan como tostada, frito en manteca, resultando muy grasoso. La pobre no comió ni el 30% del volumen servido.
Quienes no pidieron plato de fondo y sólo postre, tuvieron que esperar a que los demás terminásemos nuestros platos para que les sirvieran, a pesar que se solicitó traer los postres; supongo que fueron a comprar los ingredientes a esa hora, no veo otra explicación.
En mi caso, terminé empujándome el spaghetti y con cada bocado, sentí que hacía penitencia por mis culpas pasadas... Finalmente, cuando mi alma se liberó de la cruz que arrastraba, de manos del mozo recibí un vaso con agua, gesto que agradecí con tanto sentimiento, que llegué a conmoverme; pero no siendo suficiente un solo vaso, en casa tomé dos más y, aún así, la sed persistió.
El crep también estuvo malo, según mi madre, quien se esforzó muy poco en ocultar su desenfado. Otra de mis hermanas, la doctora, cenó langostinos o algo parecido, lo único que sé con certeza, es que el olor era suficiente para que yo, sentado al lado opuesto de 4 mesas, sufriera in crescendo junto a mi spaghetti, que seguramente lo hirvieron en agua marina.
La papa rellena sí recibió un comentario positivo de mi cuñado, el belga. El suspiro a la limeña fue recibido con agrado por mi hermano, siempre dulcero, así que nadie se sorprendió ni le prestó mayor atención a su comentario. Mi pobre sobrina, la internacional, tuvo la desdicha de seguir mi sugerencia y cambió la milanesa por el afamado spaghetti, plato que terminó en las voraces fauces de su padre, mi hermano, el dulcero mayor.
No recuerdo los comentarios de mi padre ni de la menor de mis hermanas, la eterna postulante, parece que estuvieron tranquilos con su postre: un volcán de chocolate y otro que no recuerdo. Pero justamente a ellos les sirvieron al final, cuando ya todos estábamos por terminar.
¡Pobre de mi padre! Que detesta la comida marina y debió soportar estoicamente el aroma de los langostinos de la doctora, sentada a su lado. Y para colmo, ganarse con las "sutiles" críticas de algunos de los invitados; no quiero dar nombres pero... Pero el cariño y la unidad familiar pudieron más que la desazón, literalmente hablando. La armonía reinó cuando por fin, todos salimos juntos y felices por haber compartido un momento familiar.
No quiero exagerar pero, si algún día regreso a este lugar, será cuando quiera tomar un vaso de agua.
Mi comentario final:
- El ambiente brilla por su limpieza y orden, los mozos están correctamente vestidos y su atención fue cortés, no se tomaron confianza, fueron diligentes hasta donde se pudo. Fue lo mejor de la cena.
- Sugiero incluir elementos de la tradición tacneña en la decoración.
- En cuanto a la comida, no quiero ser exigente, pero... lo mejor es cambiar al chef.
Jajajajaja, avísenle al chef.
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