Esperándote
Viajé, no para verte, pero es lo que más quiero. El domingo llegué a tu ciudad, muy temprano; y desde que pisé esta tierra, revisé mi reloj cada media hora, sólo quería que el atardecer me alcance, que la hora convenida llegase.
Y a las cinco de la tarde, comencé a esperar tu llamada, estoy revisando mis celulares en busca de algún mensaje, no pasan diez minutos sin que los vuelvo a revisar. A esta hora ya estoy en San Miguel, pasando el tiempo conversando con mi familia, pero esperando nerviosamente tu comunicación.
Mi corazón está inquieto; una hora más y los nervios me traicionarán. Mi mente, que desde el principio estuvo convencida que tu llamada no llegaría, intenta consolarme, me dice que quizá más tarde tú, finalmente, me hablarás.
A las siete y treinta, ya no hay más que esperar. He decidido escribirte esta nota, para recordar el día cuando me olvidaste. Ahora, desde un rincón de la sala, alumbrado por la oscuridad, escribo esta historia, aquella donde no llegaré a conocerte, pero quiero que me sirva de inspiración, para retratar los sentimientos, que ahora cargo con angustia, como un hilo donde suspendido ha estado mi corazón, de cuando mis esperanzas se rompieron, un domingo en la noche, después que el sol cayó.
Sí, al ver el horizonte, conforme atardecía, con cada rayo de luz que se iba, yo, con mirada distraída mientras me hablaban, pronunciaba una oración en silencio, sentía los últimos latidos y exhalaba un breve suspiro con decepción, que contenía desde adentro.
Ahora me queda dormir, descansar de las emociones, olvidar las ilusiones perdidas, para levantarme al siguiente día, convencido que el día anterior, quedaría como una página perdida, en un crucero del desamor, por donde atravieza mi vida.
Pasaron las ocho, fueron tres largas horas de eternidad, miré mis celulares en busca de alguna llamada no contestada, pero la realidad es que no marcaste mi número y que debo alistarme para la cena, para luego olvidarte, para continuar mis días.
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