Al pie del campanario: Luces en la noche
Mientras pronunciaba la elemental pregunta en mi mente, el segundo repicar llegó... y se fue.
Alargué mi brazo al bolsillo derecho de mi pantalón, cogí el celular, miré la pantalla y marqué su número, esperando pacientemente a que se establezca la conexión, en tanto mis pensamientos volaban hasta ella, pasando por su casa, su trabajo y en los otros tres lugares, donde anteriormente nos citamos y sentimos como nuestras miradas se cruzaban y nuestros labios se desearon; pero ni en mi etérea imaginación puedo encontrarla, sólo perdura su recuerdo en mis memorias; ojalá que el mío en ella quedase grabado como tinta indeleble que se imprime sobre blanco papel.
Alargué mi brazo al bolsillo derecho de mi pantalón, cogí el celular, miré la pantalla y marqué su número, esperando pacientemente a que se establezca la conexión, en tanto mis pensamientos volaban hasta ella, pasando por su casa, su trabajo y en los otros tres lugares, donde anteriormente nos citamos y sentimos como nuestras miradas se cruzaban y nuestros labios se desearon; pero ni en mi etérea imaginación puedo encontrarla, sólo perdura su recuerdo en mis memorias; ojalá que el mío en ella quedase grabado como tinta indeleble que se imprime sobre blanco papel.
Algunas luces que a la distancia se alzaban, iluminaban el cielo nocturno arequipeño; seguramente la fiesta patronal que hoy celebran, ha de ser una de esas que pueden durar hasta el amanecer, con cantos, bailes y (¡como no!) abundante cerveza a los ojos del santo de su devoción.
En tanto olvido mi drama personal, las primeras luces se esparcen y se abren suavemente sobre los edificios y casas, como una flor que recibe los primeros rayos del sol; todo el conjunto forma un verdadero espectáculo en el silencio de la distancia, como en una película muda, pero a todo color.
Porque puedo ver las luces y no oír el estallido que producen los petardos en el cielo, deduzco que la celebración está alejada, pasando los quinientos metros, o puede estar sucediendo a un kilómetro por lo menos.
Estudié que las ondas del sonido se mueven a 330m/s, cuando viajan a una atmósfera de presión y a cero grados de temperatura; pero en esta ciudad, a 2,300 metros sobre el nivel del mar, la presión atmosférica disminuye, por lo tanto la velocidad del sonido debería algo menor. Aquí, el punto de ebullición del agua es distinto, no llega a los 100°C, sucede en los 93°C.
Y cuando me disponía a contar los segundos que tardan en viajar las ondas del sonido, desde que a mis ojos llegan las luces de la explosión, hasta que mi oído percibe el estallido, la tercera campanada suena, dos segundos después de la anterior.
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