Al pie del campanario: ¿Dónde estará?
El reloj de la torre de la catedral ha llegado a las doce de la noche. Con la primera campanada, instintivamente reviso mi reloj y verifico la hora, luego mi corazón se agita y los nervios aún más.
Ya le había llamado dos veces sin tener respuesta, le dejé un mensaje de texto para asegurarme que ella estaría aquí una hora atrás. A las once me escribió: —espérame, voy a llegar. —Bien, le dije, puedo quedarme una hora más.
Después dejé de recibir sus mensajes; sin embargo no me moví de las gradas, porque mi deseo de salir con ella era tan grande como la mismísima catedral.
Ya le había llamado dos veces sin tener respuesta, le dejé un mensaje de texto para asegurarme que ella estaría aquí una hora atrás. A las once me escribió: —espérame, voy a llegar. —Bien, le dije, puedo quedarme una hora más.
Después dejé de recibir sus mensajes; sin embargo no me moví de las gradas, porque mi deseo de salir con ella era tan grande como la mismísima catedral.
Un breve petardo suena a la distancia, había olvidado que en Arequipa los fuegos artificiales son elementos esenciales en las fiestas patronales y otras celebraciones populares, pero son tantos los patrones y virgencitas, que no termino de acostumbrarme a estos molestos sonidos que se escuchan casi todos los días (y noches) en cualquier distrito de la ciudad.
Giré la cabeza a mi alrededor, aguzando la mirada en todo el largo y ancho de la plaza, para descubrir su delicada figura. Revisé con mis ojos Mercaderes y San Francisco, esforzándome más sobre las calles que se alejan cruzando la plaza; también en los rincones donde las luces amarillas no llegan con claridad.
Observé los taxis con detenimiento, pero ninguno se detuvo, entonces ella no podía estar en esos vehículos, pero tampoco la veía caminando.
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