Al pie del campanario: Fantasía herida

Y cuando las campanas  por doce veces llenaron la medianoche con sonidos característicos como el de un diapasón, giro mi cabeza a ambos lados para buscar a quien ya no debo, ¿o será que despido por última vez una ciudad que hasta hace una hora fue romántica, pero que no lo es más?

Repentinamente mi celular suena… ¡Es ella! ¡Sí! ¡Es ella! Me emociono lo suficiente como para no atreverme a mirar su mensaje; los nervios, después de estar tensos, casi no me permiten asir fuertemente el equipo de comunicación; y entre la confusión de ver y no ver la pantalla, casi logro tirarlo al suelo. Decido calmarme, respirar profundamente y cerrar los ojos, como si de una meditación se tratase, para entrar en razón.

—No llegaré Odiseo, lo siento, que estés muy bien.

Después de leer sus palabras, sentí que el campanario y toda la catedral, la plaza, los muros de piedra blanca volcánica, arcos y balcones coloniales, rejas ricamente forjadas, caminos empedrados, puentes centenarios, antiguos edificios e históricos árboles, dejaron de existir.

En tanto yo, sólo apagué el celular y lo guardé.

Antes de bajar las cuatro gradas que elevan la catedral, se ve en el cielo lejano enormes ramos de flores dibujados en la profunda noche, delineado con explosiones de luces de todo tamaño y color, acompañados por breves disparos que coronan la festividad que a más de un kilómetro se realiza; seguidos por eufóricos gritos de la juventud que camina por debajo de los arcos, muy cerca de mí. Me resulta irónico como el destino ha preparado un bello final para un triste desenlace.

Cuando las celebraciones del resto del mundo estaban en su clímax, pronuncio reverentemente y con aflicción: el adiós. Es la despedida a la mujer que llegó para despertarme de la apatía de la vida y enseñarme que aún después de tragedias, el amor puede nacer, pero no siempre será correspondido.


Epílogo

Un año pasaría para tenerla frente a mí nuevamente, para cerrar ese capítulo en mi actual existencia. En las siguientes semanas, en el jardín de mi realidad, una rosa floreció.


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