Una noche sin inspiración

Doce de la noche, ya estoy en mi habitación. Aunque el clima es un poco frío, vine con ganas de hacer prosa, para volcar una gran pasión; contarles algo bello, que contraste con mi decepción.

Atravesé calles y avenidas, puentes y gradas; me crucé con autos, ambulancias, una pareja de adolescentes enamorados, que juntos abrazados, al pie de una luz sobre la vereda, se juraban eterno amor; y yo sonreí de admiración, pues recordé aquellos tiempos, cuando el amor era simple, no un camino entuerto. Pero luego, la sonrisa se borró.

Seguí perdido por las calles nocturnas, mirando al cielo en busca de iluminación. Sabía de un lugar entre las estrellas, que en otros tiempos me animó; es un espacio en el infinito, una pequeña constelación, que otros tiempos apuntaba al sur, y que al verla trajo a mi memoria un pasado, pero no hallé la inspiración.

Llegué hasta aquel puente sobre el arroyo, me detuve en esta medianoche, para escuchar su murmullo. Quería que me contara un cuento, alguna historia que haya visto en su trayecto, pero no sentí sus movimientos, ni oí el eco de su voz.

Sin éxito y algo cansado, me desanimé por no encontrar la belleza, porque no quería saber más del amor. Y subiendo las gradas hasta mi piso, miré al sur oeste y ahí estaba, un año había transcurrido, ya escorpio se alzaba sobre horizonte, con sus tenazas apuntando a las doce, estaba Antares siempre brillante, y con sólo esto... me llené de emoción.

De pronto escuché que el arroyo me contaba una historia, que la cruz en el firmamento mostraba el sur, donde alguna vez miré con atención, sentí el fuego de los enamorados en mi pecho, observé las luces de esta ciudad y respiré el aire de la medianoche. Descubrí en esta altura, que no había un soplo frío, tan sólo eran mis sentimientos, que el viento se llevó.