La mujer del paraguas
La mujer del paraguas, es la rosa de mi jardín soñado; frente a mi puerta, ella está de pie, mirándome, mientras el cielo arequipeño, llena la ciudad con su tempestad.
Vi en sus ojos, el reflejo de mil lunas; y en sus labios, una sonrisa de felicidad por mí. Su cabello alineado y lizo, su aspecto impactante; además, sobre ella, un paraguas que la volvía más interesante.
Su figura, como el de las musas griegas, que los mejores artistas plasmaron, tenía dos estrellas en el lugar de sus ojos y toda ella, más radiante que una constelación, mas bella que cualquier sol.
Cuando me saludó, su voz era como la dulzura de una mañana ligeramente soleada, acabó con la llovizna y el sol en el firmamento apareció. Sí, sentí que mis nervios me traicionaban, no pude encontrar respuestas, mientras estaba perdido en su sonrisa y en su mirada.
Y si yo era un poeta que anhelaba el amor, con ella frente a mí, ninguna palabra afloró. Mis labios se cerraron, mis ojos hipnotizados por los de ella, no me permitieron más que devolverle una sonrisa, con la esperanza de manifestar, alguno de mis sentimientos, algunos de los pensamientos, que por timidez no pudieron aflorar.
En esa noche, caminamos, conversamos, recorrimos los lugares que con mi prosa describí: la Plaza de Armas, la Catedral, el Puente Bolognesi, las calles coloniales, el río en su temporal, el parque frente a mi casa, el arroyo a su lado y un pequeño puente, que nada especial le resultó. También contamos las estrellas, observamos las constelaciones y nos bañó la luna llena, andando por la historia que yo mismo escribí.
Sintiendo los latidos de su corazón, me inspiré con sus ideas y me alegré con su virtud. Empecé a creer que estaba más cerca, que podía tocarla, tanto como la lluvia que caía en esa noche, un lunes 14, siguiendo mi sueño, andando al lado de una mujer: la mujer del paraguas.
Vi en sus ojos, el reflejo de mil lunas; y en sus labios, una sonrisa de felicidad por mí. Su cabello alineado y lizo, su aspecto impactante; además, sobre ella, un paraguas que la volvía más interesante.
Su figura, como el de las musas griegas, que los mejores artistas plasmaron, tenía dos estrellas en el lugar de sus ojos y toda ella, más radiante que una constelación, mas bella que cualquier sol.
Cuando me saludó, su voz era como la dulzura de una mañana ligeramente soleada, acabó con la llovizna y el sol en el firmamento apareció. Sí, sentí que mis nervios me traicionaban, no pude encontrar respuestas, mientras estaba perdido en su sonrisa y en su mirada.
Y si yo era un poeta que anhelaba el amor, con ella frente a mí, ninguna palabra afloró. Mis labios se cerraron, mis ojos hipnotizados por los de ella, no me permitieron más que devolverle una sonrisa, con la esperanza de manifestar, alguno de mis sentimientos, algunos de los pensamientos, que por timidez no pudieron aflorar.
En esa noche, caminamos, conversamos, recorrimos los lugares que con mi prosa describí: la Plaza de Armas, la Catedral, el Puente Bolognesi, las calles coloniales, el río en su temporal, el parque frente a mi casa, el arroyo a su lado y un pequeño puente, que nada especial le resultó. También contamos las estrellas, observamos las constelaciones y nos bañó la luna llena, andando por la historia que yo mismo escribí.
Sintiendo los latidos de su corazón, me inspiré con sus ideas y me alegré con su virtud. Empecé a creer que estaba más cerca, que podía tocarla, tanto como la lluvia que caía en esa noche, un lunes 14, siguiendo mi sueño, andando al lado de una mujer: la mujer del paraguas.
:) ¡qué lindo!, me encantó :)
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