Un lucero en la noche
Hoy te escribo unas líneas porque sé que tú no lo harás.
Quiero decirte que te he visto en mi vida como el lucero nocturno que transita en una noche sin estrellas; que mientras perdura tu brillo, formulo mi deseo, pero como pasa con todos los luceros, nunca cumplirás mi anhelo.
La inocencia de tu sonrisa era mi cautiverio, ver la suavidad de tus gestos y la dulzura del movimiento de tus labios cuando alguno de mis dedos rozaba tu mejilla, es sencillamente inolvidable.
La inocencia de tu sonrisa era mi cautiverio, ver la suavidad de tus gestos y la dulzura del movimiento de tus labios cuando alguno de mis dedos rozaba tu mejilla, es sencillamente inolvidable.
Y en la oscuridad, cuando tus ojos me regalaban una mirada, la emoción embargaba mis sentidos y en ese instante podía jurar que tu presencia me trasladaba a un prístino paisaje, puro y natural, donde mi ser yacía extasiado por tu compañía.
Pero como en todo lucero, la esperanza de detenerte en el firmamento es irreal, porque tu fulgor dura lo que un instante y tu belleza desaparece en medio de la noche, tan rápidamente que no alcanzo a contemplarte.
Fuiste fría y distante, llegaste para que te vea y no para verme; avanzas disfrutando de la compañía de los que como yo, se maravillan de tu fulgor y engañados por semejante destello, evadimos la razón para gozar de tu presencia, sin descubrir que en sólo un segundo la visión terminará.
Tan rápido como apareciste, has partido. Y el cielo oscuro vuelve a tornarse, la magia desaparece, el encanto termina. Me pregunto a dónde te has ido, pero sólo puedo responderme que desapareciste, porque nunca tuviste interés en quedarte.
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