La muerte en mi vida

Siguiendo con la prosa, les cuento algunos sucesos desconocidos de mi vida: tres oportunidades en las que estuve muy cerca de la muerte; casi, casi sentí su mortal caricia con su fría mano en mi palpitante frente, y fue ahí cuando comprendí que mi vida corría verdadero riesgo.

1. Ascenso en la toba volcánica

Era yo un muchacho de 19 años cursando Geología I, donde hicimos algunas salidas al campo para recoger muestras y ver formaciones rocosas. Resulta interesante encontrar una explicación a los sinclinales, y a tantas formaciones rocosas dispersas por ahí.

En una visita a la playa León Dormido, en el sur de Lima, hay toda una caldera de lava extinta de tiempos primitivos, y me refiero a eras pasadas, a millones de años atrás. Por supuesto, solo el ojo experto podría identificarlo. Aconteció que la profesora nos pidió extraer muestras. Y fue lo que hicimos con nuestro martillo de geólogo. Ya casi al final y con la mochila llena de roquitas y cuarzos, divisé, inevitablemente, una de las tobas volcánicas que hoy es el monte más alto de la playa, cubierta de arena, con una pared vertical casi a 90º. ¿Y cuál fue mi reacción inmediata? Miré hacia la cumbre y me dije: ¡sí puedo!

Siempre me he considerado "bruto", o más bien carente de reflexión, porque cada vez que no pienso: las cago. Y lo digo en serio.

Así inicié el ascenso, joven e impetuoso, para quien la vida carece de mañana. Subí muy bien, sudando y dando muestras de irrespeto a aquel longevo apu. Pero cuando faltaron unos metros, la pared ya no era tan accesible, y el peso de la mochila comenzaba a jalarme a un abismo de 20 metros de altura.

¡Uy! Las manos ya no se afirmaban en la roca con facilidad, mis pies ya no encontraban apoyo. Solo me faltaba un metro para estar en la cumbre, pero el metro final era curveado y cubierto de arena, resbalándome en cada intento; veía imposible salir de donde estaba.

Y ahí fue cuando el pensamiento más oscuro llenó mi cabeza. Era ya el final. No pude dar una última mirada al horizonte, ni disfrutar la magnífica vista antes de partir con la muerte a mi lado. Sólo miré hacia abajo, con miedo, ya resignado, cuando... ¡Odiseo! Era Asorza, un buen amigo de esos años. Estiró su mano, estiré la mía, y me jaló hasta arriba. ¡Qué haces aquí!, le dije. También le pregunté por dónde subió. Respondió que lo hizo por un camino por donde suben los autos. Inhalé profundamente, cansado, temeroso, afortunado.

2. Ascenso en el cauce de un huayco

En esta sí que dije dentro de mí: aquí muero.

La misma historia, el mismo curso, la misma profesora, la misma mochila, el mismo muchacho imprudente. Caminaba yo por la Quebrada Tinajas, Cieneguilla, en las afueras de Lima, finalizando el recorrido de campo.

Es que el peligro para mí, es adrenalina pura. Toda mi vida corro riesgos, ahí donde nadie pisa, ahí piso  yo; ahí donde nadie apuesta, ahí apuesto yo; ahí donde nadie quiere amar en serio, ahí quiero yo dar todo mi corazón.

Para ser inclusivo diré: "les compañeres" caminaban por la parte alta de la quebrada, pero el señorito iba por el mismo cauce del huayco, formado por sedimentos secos, algo así como cascajos, evidencia de que se desprenden con cierta facilidad. Habían como cinco más que iban por donde yo iba, pero solo a mí se me ocurrió subir por "esa" pared del cauce.

Y al subir tres metros, la pared se desprendió. Sólo agaché la cabeza y cerré los ojos. En ese instante pensé: aquí muero. Y de repente, como por arte de magia, o mejor dicho de cohesión entre los sedimentos, solo se desprendieron pedazos de pared. Bajé con "miedito" y con el rabo entre las piernas. Quizá fue más un susto, pero nunca lo sabremos.

3. Cuarentena del 2020

Pasó hace muy poco o quizá aún no pasa. La muerte estaba ahí abajo, en el río, esperando que tome la decisión.

Estos últimos meses han sido tan duros para mí, tan vacíos de cualquier afecto, tan llenos de miedo y confusión. Aún ahora no estoy seguro de dejar a la muerte esperando en la fría noche. Es tan doloroso saber que nadie se ocupa de mí, atenderse a uno mismo, enfermarse y no recibir llamadas, que todos tienen a alguien: un hijo, una madre, una familia, amigos, una pareja, un gato... y yo a nadie. Estoy solo contra el mundo, y este me está dando patadas en el piso. No lo soporto más. ¡Paren esta masacre, malditos!

Me extingo y nadie lo ve. La historia de mi vida... ¡puta madre! No solo odio la soledad, ¡le temo!, y es lo único que tengo hasta para regalar. Es que perder al ser amado con quien planeaste tu vida futura, de la forma en que sucedió, ha sido un punto final en mi vida. Puedo jurar que ya no sé ni para que sigo entre los vivos, no encuentro el menor sentido a la vida, no sé para qué estoy vivo, no disfruto esta maldita vida, no siento alegría, no encuentro consuelo, dejé de reír hace meses. Mi vida actual se resume en llanto nocturno en mi habitación, deseando no volver a despertar. No sé como parar esta espiral descendente; bueno sí sé: desde el puente. Sólo quiero que vuelva, pero no volverá. ¿Por una mujer? Sí, porque no es cualquier mujer, es la mujer que yo amo.

No hará falta decir más, solo recordaré lo que dijo Platón, que fue lo que me sacó de aquel negro momento, que más o menos es lo que sigue: estamos en este mundo como soldados, y no podemos abandonar nuestro puesto hasta que lo autoricen.

—¿Ya hablaste con un psicólogo? Sí.

—¿Por qué no buscas otra mujer? ¡Porque la amo, mierda!

—¡Entonces muérete! Eso quiero...

¡Qué angustia, qué ansiedad, qué trastorno! Yo muriéndome cada día. Pero esta noche, después de escribir, otra vez regresarán esos demonios a joderme esta puta vida. Ya no lo aguanto. Es ahora cuando uno se pregunta seriamente ¿para qué nací? ¿Alguien me necesita? ¿Sirvo para algo? Sin encontrar respuestas, solo silencio.

Se me va la vida... y lo único que hago es morir.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Rijchary - Inti y Sisa - Letra / Lyric

Cinemark vs Cineplanet

Roberto Carlos: La guerra de los niños

Un Viaje a la Vida: Solo escúchalo

Arequipa vs. Trujillo

Fernando Túpac Amaru Bastidas: Este cautiverio y agonía sin fin