Un viaje inolvidable


Fue una mañana dura ese día de octubre de 2020, recibiendo el último adiós de una persona tan amada. Mi corazón partido quedó con sus palabras. Más tarde, mi padre llegó a la ciudad para recogerme y llevarme a otra. Así sucedió un viaje inolvidable.

Partimos pasada las tres de la tarde. El auto puede correr hasta 330km/h; y solo de cuando en cuando llegábamos a 250, como en las Pampas de la Clemesí, pero normalmente estábamos en 120, calmados, conversando, disfrutando la compañía de cada uno.

Estaba yo muy triste por lo sucedido en la mañana, pero la compañía de mi padre fue reconfortante. Tratar tantos temas con él, una persona inteligente, culta, calculadora, decidida, temeraria, me calmó. Por fin podía conversar con alguien en mi nivel intelectual y cultural; aunque él me supera en vida, en ese conocimiento del mundo que nunca tendré. Con él puedo aprender, mientras con la gran mayoría de gente me aburro.

Fluíamos con paciencia, como dos sabios reunidos, hablando de Biden y Trump, de Rusia, de China, de la familia, de su empresa, de la mía, de amigos del pasado, del futuro del país, de tecnología, economía, de autos, armas, geología, astronomía, filosofía, libros, ciencia, inteligencia artificial, programación, de pasajes pasados de la familia que desconocía, etc.

Cuando parecía que podía decaer el ánimo, recordé que tenía un pendrive con música de los Gipsy King en la mochila. ¡Excelente! Y cuando terminaron las diez canciones grabadas, resultó que mi padre tenía un directorio de más de 6 mil canciones en el auto. Casí encontramos toda la música que deseábamos. Naturalmente, tenemos gustos similares. En aquel viaje desfilaron Humperdink, Pablucha Venero, William Luna, Creedence, José Carreras y varios más. La conversación seguía el ritmo de la música. Ya pasando Moquegua, la noche nos cubrió.

A la altura del desvío a Ilo, allá por el kilómetro 1200, fue cuando mi padre encontró en su repertorio musical, Cuando te encuentres solo, cantada por Estela Raval. Con las primeras notas de esta canción que no oía hace décadas, guardé un breve siliencio, aunque yo lo sentí muy largo. Miré a la derecha, hacia el desierto que nos rodeaba, recordando las palabras que la mujer negada pronunció por la mañana, mientras mis ojos se humedecían... y lloré por dentro, sin llorar por fuera. Me sentí tan vulnerable, pero la oscuridad total cubrió mi rostro compungido.

Más adelante nos detuvimos a comprar unos alfajores muy especiales, que preparan en el valle de Sama. Seguimos conversando y oyendo música hasta que llegamos a Tacna, a la casa de la familia. Ahí bajé yo.

El Viejo sigue siendo un sujeto extraordinario. Sus movimientos ya son pausados, pero su mente sigue brillando. He compartido con gente mediocre, adinerada, empresarios, niños sin hogar, estudiantes talentosos, artistas, espirituales, corruptos y más. Creo haber encontrado gran variedad de la fauna humana que pulula por este mundo; pero mi padre tiene lo que tiene, es lo que es, con su "sangre, sudor y lágrimas", como dijo Churchill. ¡Ah! Pero sin mi madre, no sería lo que es hoy.

Después toqué la puerta de la casa, abrió mi hermano por el garaje, lo saludé, pasé a la cocina, dejé mi mochila sobre una silla. Luego, ya sin poder contener mis emociones, literalmente subí las escaleras como niño buscando a su madre. Solo deseaba abrazarla y llenarla de besos en su mejilla.

Pero no sucedió, porque el coronavirus nos separó. Eso sí me dolió. Madre...

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