Así se siente tener ansiedad

Hasta que llega un ataque de ansiedad. Me sucedió algunas veces, pero no lo había relacionado a esta condición.

Una noche, mientras estaba hospitalizado, los médicos me explicaron el procedimiento que seguirían en mi atención, al que reaccioné con desconfianza, el miedo se apoderó de mí, hasta el punto de sentir asfixia, con cambios pronunciados en mi presión y temperatura. Después de esta reacción, los médicos sugirieron entre ellos que yo necesitaba —algo así— como ayuda psicológica. Antes de dos horas se realizó el procedimiento descrito por ellos. Pero una mala praxis del equipo médico desencadenó en la pérdida de mi conciencia por tres días, porque los facultativos drenaron completamente por error, el líquido cefaloraquídeo de mi cabeza y médula. Cuando desperté, estaba con ambas manos atadas a la cama del hospital, con lo que aumentó mi estrés. ¿Tenía razón en sentir miedo? Sí, reconozco la estupidez de cualquier especialista cuando ellos creen estar en lo correcto; subestimaron mi inteligencia y sobrestimaron la de ellos. Pero esto no quita mi ataque de ansiedad, ya con razón, ya sin esta.

Recientemente, en esta cuarentena, la ansiedad volvió a mí como león ardiente sobre su presa, como una horrible depresión; no como producto de la cuarentena misma, mas sí por un inevitable adiós. La autoayuda no sirve, la guerra contra esos sentimientos adversos tampoco, la compañía de otros es hasta repulsiva, solo anhelas una que no llegará, y los medicamentos tienen un límite: se terminan.

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Se llega al límite una vez, dos o tres. Vivir se convierte una fobia. Una gran parte de mi ser entiende que ya solo hay una solución... La otra, la menor, aún busca, aún piensa, aún cree, pero también... también se extingue.