Psico Odisea - Salto al vacío

¡Oh, amada mía! ¡Oh dulce, dulce niña que llegaste a mí, y destierras hoy de tu vida mi amor! No existirá el mañana porque el sol de tu presencia dejó de alumbrarme.
   ¡Progenitora de mi felicidad! Dadme descanso desde tu lejanía; bríndame el último respiro en mi estertor.
—Triste poesía, Odiseo. ¿Por qué en este día tus ojos no brillan como las centellas que atraviezan el cielo nocturno, a quienes los mortales piden sus más secretos deseos y confían sus esperanzas incumplidas?
—Estos ojos, Señora mía, sólo reflejan la luz que reciben de una fuente luminosa; no estando más esta fuente delante mío, no hay luz que reflejar; no habrá brillo, sólo oscuridad.
—Si son ciertas tus palabras, Odiseo, despídete pues, de aquella niña que no volverás a ver.
   Imagina que una de esas fugaces centellas está cortando el apagado cielo, y dedícale una oración a la que no será más tu amada; más procura que sea esta breve, no sea que el brillo se extinga antes de completar tus palabras.
—Lo haré, noble Dama.
   Deseo que en tu porvenir encuentres a una persona que inspire de tu boca palabras llenas de bondad y sabiduría, no a alguien que motive de tu boca tristeza y rencor.
—¡Bien Odiseo! Que te reconforte aquello que fue; y lo que no fue, simplemente no existe.
   Pero no calles, deja que fluya el manantial que contienes, y si acaso es un torrente de agua contaminada, es menester alejarlo de tu Ser.
—No hay más palabras, augusta Mujer. Decidme más bien, ¿quién es Usted? Descubra su cabeza para conocer a mi bienhechora.
—Ya deberías conocerme. Sólo debes saber que estoy muy lejos tuyo, a un océano de distancia. Hoy vine a mostrarte un camino.
—Pero Señora, no hay caminos en esta pequeña isla, perdida en algún lugar del basto mar.
—Sí que lo hay, Odiseo, ha estado frente a ti durante todo el viaje, pero cada vez que lo iniciabas, te retirabas. No debes perder más tiempo, sabes muy bien que no seguirlo es la causa de tus pesares, incluyendo este último.
—Lo sé. Aunque andar sobre este, significa que cada paso avanzado es andar en soledad. Justamente no deseo este destino para mí. Quiero ser normal, como los demás. ¿Realmente cree que alguna mujer aceptaría a un hombre que sigue ese camino? Yo le responderé: ninguna lo aceptó nunca, ninguna lo aceptará jamás.
—Ese deseo es impropio de una aspiración como la tuya, mi querido Odiseo. Más piensas como hombre, que vive un instante, no piensas como Ser, que vive la eternidad.
—No dulce Mujer, no inquiete más mi mente con sus sabias palabras, déjeme en la medianía de la sociedad.
—No permitiré que te equivoques Odiseo, tu destino no está con ellos, tu destino es venir a mí. Aquí un hogar te espera, sólo aquí te entederemos. El mundo donde vives no lo sabe, no lo entiende, hace mucho eligieron ser normales y lo son. Tú aún puedes decidir.
—Excelsa Dama: Ese destino no existe, sólo el presente, lo que hacemos.
—Sea así; entonces has que ese destino exista, vuélvelo tu realidad. No encontraré otra persona que lo pueda hacer. Sólo tú tienes el conocimiento y la experiencia para hacerlo. Hoy es el día. No te prometo alegrías, sólo tristeza, pero después de esto: más tristeza; felizmente depués de lo mismo, hallarás la verdad. ¿Recuerdas aquel libro blanco con un escudo en su portada?
—Lo recuerdo.
—Muchos años atrás se te concedió, es hora que lo abras.
—No. Ya estuve en ese camino y es horrible. No lo deseo más para mí. Es un salto al vacío lleno de angustia, sin alguien que escuche, sin alguien que vea, sintiéndome siempre ausente o lejano.
—Hijo mío, vuelve a nosotros. Penélope está aquí, ella no ha cesado en su virtud.
—Querida Madre:  Soy nada, sólo un sujeto perdido en una multitud. No merezco la luz de tu Ser, ni la virtud de Penélope. Nada logré en esta vida y se ve que nada lograré. No encontré virtud alguna en mí, tampoco veo que destaque por algo, sólo soy uno más. ¿Por qué Usted y Penélope me esperan? Después que yo he cometido tantos errores y naufragué en el océano de esta vida, deberían ya haberme olvidado.
—Encuentra tú mismo la respuesta, Odiseo, y regresa con esta a casa.
—Madre... Lo intentaré una vez más.
   Veo el océano agitado, como siempre, pero me zambulliré en este nuevamente. Si las olas me regresan a esta isla, por favor sepúltenme de su memoria.
—Hijo mío, tú nunca morirás para mí.
—¿Qué pasará con aquella que arrancaron de mis brazos? ¿Alguna vez la encontraré?
—A aquella la encontrarás si persistes en el camino.
—Todavía tengo muchas dudas, Madre.
—Sólo tienes que leer y comprender ese libro blanco.
   Odiseo, quien es diferente no encaja en el mundo. Sólo nosotros somos capaces de entenderte. Tu Padre espera una decisión. Únetenos para que seamos uno.
—Quisiera que ella venga conmigo, Madre; si me voy no la veré más.
—No vendrá Odiseo, ella ya se fue de tu vida. Deja que otro inspire en ella palabras de bondad y sabiduría; ¿no fue ese tu deseo al lucero?, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo, y realmente hablas con la verdad.
—¡Ven Odiseo, ven!
—Sí, Madre querida, ya es hora.

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