No puedo decirte adiós

¿Alguna vez conociste una mujer, con quien cada día compartido con ella era vivir todo un mes?

Yo sí. Y fue lo mejor que me ha pasado. Aún en su medianía, sólo con ella —por fin— sentí que existía.

Lamentablemente cada día de separación, también es un mes de agonía.

En su distancia, ella no sabe cuántos meses pasan para mí, cuántas lunas llenas miré en la medianoche, ni cuantos amaneceres me sorprendieron despierto con los ojos abiertos.

Recuerdo su desprecio como un largo momento en que enterró su daga en este pecho. Y recuerdo su posterior adiós, lleno de palabras y reproches, como la confirmación de la separación.

Ángel, ya tú te despediste; y aunque ahora debería decirte adiós... no puedo hacerlo, no quiero arrancarte de mis versos, ni cambiar las promesas que te proferí en nuestro tiempo.

Pero debo continuar y ser mejor, cómo tú lo hubieses querido; ya sin esperanza de un reencuentro, sólo para cumplir tu último deseo, y sólo para saber que pude ser el hombre de tus sueños.

Porque si el amor no nos impulsa a ser mejores para ser dignos merecedores del aprecio de la persona amada, ¿qué nos motivaría? Cualquier otra actitud no sería amor, mas bien mezquindad.

Sería muy fácil decir que no te merezco y despedirme; pero vales tanto para mí, que acepto el compromiso de cambiarme para que algún día lejano, diga yo en el silencio: "lo hice por ti, mi amor".

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