El final de nuestra historia

Cuando el final llegó, después de cerrar la única puerta que nos unía, mi corazón lloró. Lejos, muy lejos de ti, quedé atrapado en el recuerdo. Te llevé conmigo y estuvimos juntos, pero sólo en mi imaginación.

Puentes empedrados, calles centenarias y una blanca catedral, fueron mis testigos, y guardan en secreto mis pasos perdidos en esas noches, cuando la nostálgica luna, alumbraba mi camino para no tropezar.

Hoy, veo por la ventana, árboles que se confunden con la oscuridad. Cerca mío, oigo un ocasional graznido y el aleteo de algún ejemplar que anida frente a mis ojos, y que se confunde entre las ramas y hojas.

Más allá, después de las luces de la ciudad, encima de las colinas que rodean esta urbe, se alzan victoriosas las estrellas, brillan mágicamente como suspiros de luz entre un océano de oscuridad.

Y mi corazón, que atravieza la gran marea negra, existe sin descubrir una luz que lo guíe. La busqué navegando entre las tenazas de Escorpio y cruzando por Antares; me guié con la Cruz del sur para llegar al cinturón de Orión, cuando este se acercaba a la cúspide, ascendiendo en una madrugada cualquiera de un setiembre que no volverá. Peró encontré las Pléyades en Tauro, casi invisibles, en aquel amanecer.

Nunca más volveré a verte con los mismos ojos, atrás quedaron el llanto y encontré la paz. Y aunque ya eres parte de mi vida, nunca estuviste presente, me dejaste a la deriva, mientras yo navegué por entre las constelaciones; perdido, ausente, distante en tiempo y en espacio...

...Me viste como el pasado en tu vida, pero yo viví en tu futuro.


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