Psico Odisea - Mi mundo

La blanca nieve corona el volcán vigilante de esta ciudad, que exhuma la tranquilidad de un domingo otoñal.

El cielo despejado está, al rededor de la blanca aura del guardián, ligeras nubes se mueven suavemente desde el sur, empujadas por la ventizca característica otoñal.

Azul se muestra este cielo, brilla el astro del amanecer hacia el este, son sus rayos reconfortantes los que abrigan a los pobladores de la urbe, que descansa en las faldas de un cono volcánico, llamado por los antiguos, Misti.

Un río de generosas aguas desciende, quizá, como producto del deshielo del manto que cubre las cumbres nevadas, que protegen el fértil valle de los vientos del altiplano.

El paisaje que nos rodea, de campiñas verdes, que el hombre ha mantenido desde antes del incario, se extienden a lo largo del río que se abre paso entre el macizo sedimentario, que por milenios se han acumulado, pero hoy duermen debajo de la ciudad.

Los pastos perfuman el ambiente y los frutales tildan con su dulzor, el recorrido pasajero que por los sembríos camina un visitante.

La imagen pacífica de un feriado cualquiera, cuando la gente goza de su descanso en compañía de sus queridos seres, se termina cuando llega hasta mi. Mi fotografía en blanco y negro, contrasta con la visión colorida de los valles andinos.

Aquí, adentro, hay una luna en lo alto y un lobo ahulla mientras busca su manada. El frío arrasó el suelo, la soledad ha dejado una estepa siberiana en el lugar donde antes los prados verdes alimentaban a dóciles criaturas.

La quietud del medio ambiente es el antónimo de mi turbulenta psicología y de mis atribulados sentimientos, que se revuelven en uno de los extremos de mi línea emocional.

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