El viaje de navidad

Normalmente escribo cuando finalizó la aventura, pero hoy cuando recién inicia; desde un smartphone, no desde mi PC.

Estoy por partir, ya sentado en un asiento. A mi lado está vacío, por lo que iré más cómodo. El calor y la humedad dentro de mi mascarilla, por el resoplar de mi respiración, me incomoda de sobremanera; cada día lo tolero menos.

Me espera en otra ciudad una madre, también abuela hace más de veinte años, deseosa por tener una cena con toda la familia, como no sucedió el año anterior.

La cena será magnífica, el ambiente deliciosamente nostálgico mezclado con alegría. El calor de la familia no quema; abriga.

Habrá un ausente a quien siempre extraño. Pero la vida es así; nosotros somos así.

Es agradable viajar, pero casi no lo hago. Esperaré hasta semana santa para retirarme a un lugar donde me siento tranquilo, jubiloso y a veces rebosante.

La navidad en cada año es igual. Y sin embargo no aburre. Es cierto que agota viajar por uno o dos días, pero reconforta la estadía en el hogar familiar.

El desierto es un ambiente que la gente no tolera; pero lo verde les emociona. Yo encuentro tan interesante el desierto. Me calma. Su interminable paz es un regalo a los viajeros más reflexivos. Por un momento la mente se apaga.

No soy religioso ni creyente, me anima compartir con mi familia.  No viajo en días libres, dejo mi trabajo para poder viajar. Esta es la diferencia.

El sopor me invade. El cansancio acumulado de tantos meses comienza a aflorar. Mis párpados se cierran. Debo dormir para estar saludable en la medianoche.

Feliz navidad.

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