Epílogo
Te encontré en un día cualquiera, donde no deberías estar. Pero ahí estabas tú, inconfundible, diferente, decidida, transparente y enfocada. No vi tu aura, necesité conversar contigo para descubrirte; sí, ver más allá de ese manto negro que cubre tu cabeza y que suavemente se desliza por tu espalda. Debía ver más allá del cuerpo que te envuelve.
Pero...
Quiero prestarte mis ojos para que veas el mundo como yo lo veo. Dime: ¿Acaso mis ojos te muestran un mal necesario?
—Sí.
Ahora préstame tus ojos para ver el mundo como tú lo ves. ¡Ah! Veo un mundo digno de vivirlo. ¿No es así?
—Sí.
Alguna vez estuve tan vivo, como ahora lo estás tú. Hoy, sin embargo, habito entre los muertos y estos me jalan hasta el fondo del hades. No sé si escape algún día de la muerte, pero conocerte fue la gota de agua no prometida entre las flamas del infierno. Es que realmente eres tan bella y firme como lo esperaba.
Muchas veces te recuerdo y te pienso. Sueño por un momento y en todas las veces concluyo con dejarte ir.
Con el tiempo me volví un erudito y un demonio; y, pues, lejos estoy de alcanzarte.
Ahora, me obligo a despedirme de tu feliz compañía, quizás con un reencuentro en la siguiente vida, en 60 ó 70 años. ¡Quién lo sabe!
Hasta entonces, amor mío, sonríe y transciende...


Podría ser valentía o quizás cobardía el dejar un amor, hoy se dice que lo dejes ir y si es tuyo volverá y en ese caso nadie se mueve,nadie hace nada, yo lo llamo facilismo disfrazado de romanticismo. Aquello que vale la pena se lucha, entonces cuándo dejar ir? Cuando no exista correspondencia, cuando la otra parte no te ahorra algo del esfuerzo que implica conseguir el amor anhelado. Acaso hoy, alguien hace más?
ResponderBorrar