Tu susurro en el viento


Mientras blando la espada y me cubro con el escudo, mi mente está en mi reino, en el exacto momento en que Penélope y yo nos tomamos de las manos y, mirándonos directamente a los ojos, recuperamos los años robados por esta maldita guerra.

La batalla se ha prolongado desde la mañana, pero ya veo la marea subir y siento la fuerza del viento sobre mi espalda. Mi corazón está lleno de tristeza, pero mi espada no cesa. 

En medio de la lucha, me descuido con una fugaz ráfaga que susurra levemente en mi oído. Sí, es la voz de Penélope llamándome desde Ítaca, más allá del Egeo, en las orillas del már Jónico; puedo sentir el pesar en sus palabras, el frío en su pecho y la humedad de sus lágrimas. Mi piel se estremece al imaginarla en su soledad; me siento culpable por esta distancia.
¡Ay, Penélope! Estoy en una guerra que no quería. Tú y Telémaco eran mi mundo, eran mi vida. No quiero morir en este campo de batalla, quiero envejecer a tu lado y ver a nuestro hijo volverse un hombre.
En medio de mi reflexión, un cercano grito de ataque recupera mi atención al campo donde libramos la batalla. Son los troyanos que nos están empujando hasta el mar y pienso yo:
es lo mejor para mí, así podré regresar a mi reino.
Pero Aquiles y Áyax no están dispuestos a perderse la gloria y me obligan a seguir en el combate.
¡Te necesitamos, Odiseo!
Comprendí que sólo hay un camino para regresar con Penélope: peleando.

Alcé mi corta espada y guié a mis hoplitas. Avancé con toda la furia de un ciclón, y con la locura de un endemoniado, como si este fuese el último día de nuestras vidas. Luché ya no por los griegos, luché para alcanzarte, para volver a dormir en nuestra cama al pie del olivar y pernoctar juntos hasta nuestro final.

Y después de toda mi incontenible furia, cuando terminó la masacre por la noche, seguíamos en la playa...

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