En defensa de Platón – Parte II


(En defensa de Platón - Parte I)

—Odiseo, debes saber que el amor no es bello ni bueno por sí mismo.

—¿Por qué piensas esto, Sócrates?

—Dime, escritor, ¿el amor es amor de algo, o es amor de nada? Cuando te hago esta pregunta, me refiero al mismo sentido a que si un hermano adquiere la condición de hermano, porque tiene un hermano, ¿o es posible que se le diga hermano a quien no tiene hermano?

—Necesariamente debe tener un hermano para adquirir la condición de hermano.

—¿Qué opinas del amor? ¿Es posible amar nada?

—No lo creo, Sócrates.

—No sería posible amar nada, Odiseo. Según lo mencionado, cuando nos referimos a amor, es este el puente que nos une al objeto amado. Ahora, en cuanto a belleza, ¿no es acaso ese amor lo que une a los hombres con las mujeres, de la misma forma que mujeres con hombres?

—¿Cómo puedes afirmarlo Sócrates? ¿Y qué diríamos de aquellos y aquellas que, a fin de satisfacer sus pasiones, se unen a sus amantes? Ahí no veo amor.

—Ciertamente que en aquellas y aquellos no vemos amor. Por esto mismo, no estamos tratando de estos seres, sino a los que con sinceridad aman.

—Tienes razón, prosigamos.

—Contéstame ahora: ¿podrías amar a un ser con feo cuerpo? ¿Podrías amar a un mentiroso, ladrón, ocioso o a todos estos seres que son intemperantes?

—Es más difícil amar a una persona intemperante; en cuanto a poseer un feo cuerpo, no es del todo concluyente.

—Sígueme con esta pregunta: ¿nos resultaría fácil amar a quien posee un alma noble, un cuerpo bello, o que está desposeído, en su generalidad, de todas esas pasiones que mencionamos anteriormente?

—Así es, resultaría fácil. Bien quisiera yo, tener una amante como la estás describiendo.

—¿Estarías de acuerdo conmigo, en decir que todas las pasiones son feas y las virtudes bellas?

—¿Cómo podría no estarlo?

—¿Consentirías afirmar que el amante siempre es visto, mayormente, de forma bella?

—Lo consiento.

—De esta forma, regresaríamos a nuestra premisa anteriormente establecida, a saber, que el amor es amor a la belleza; de la misma forma que a un hijo se le dice hijo por tener una madre y un padre, o que un hermano es hermano, por tener hermano; pues nadie es hijo sin tener padres, y nadie es hermano sin tener hermano.

—Entiendo. ¿Qué hay de lo bueno y las demás virtudes?

—Como ya dijimos: las virtudes son bellas, y ofrecerle bienestar al ser amado, es sólo consecuencia de ver en este, el reflejo de la belleza. Porque, Odiseo, todos aceptamos voluntariamente ser esclavos de esta.

—Ahora, si el amor nos impulsa a poseer el objeto que vemos como bello, es porque el amor no es bello. Si la belleza es también buena, entonces el amor tampoco es bueno. Fíjate en esto, Odiseo, que nadie desea salud para sí mismo si ya la tiene, quizá sólo querer mantenerla; igualmente nadie desea comida si ya la tiene.

—¿Qué me dices de los que aún bebiendo, desean satisfacerse hasta no poder más?

—Que ellos, aunque ya teniendo bebida, son intemperantes con esta, así como los que aún teniendo dinero, buscan aún más, de la misma forma con otras pasiones. Pero no es, entonces, amor, objeto de nuestro diálogo.

—¿Y si el amor sí es bello, pero desea más belleza; o si siendo bueno, busca más bondad? ¿Podría el amor ser intemperante?

—Odiseo, tú mismo contéstate, ¿la intemperanza podría buscar la belleza y la bondad? ¿O te parece que buscaría el exceso?

—Parece que no te equivocas, Sócrates, pero no estoy del todo seguro; siento cierta desconfianza natural, aunque los argumentos expuestos son sólidos.

—Odiseo, sé que aún tienes dudas, pues en tu época el amor a la belleza se interpreta como un castigo, como un espejismo, como el amor al cuerpo, como alguna vanidad o superficialidad. Más yo te digo que, en mi tiempo, la belleza para un filósofo, es de una esencia diferente a la que estás relacionando.
En efecto, quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza, a saber, aquello mismo por lo que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores, que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como si fuera para unos bello y para otros feo.

Ni tampoco se le aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un cuerpo, ni como razonamiento, ni como una ciencia, ni como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas las otras cosas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada.

Por consiguiente, cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin. Pues esta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de estos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra
cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en si.

En este periodo de la vida, mas que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en si. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro ni con los vestidos, ni con las jóvenes y adolescentes bellas, ante cuya presencia ahora te quedas extasiado y estás dispuesto, tanto tú como otros muchos, con tal de poder ver a la amada y estar siempre conella, a no comer ni beber, si fuera posible, sino únicamente a contemplarla y estar en su compañía.

¿Qué debemos imaginar, pues, si le fuera posible a alguno ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no infectada de carnes humanas, ni de colores, ni de, en suma, de otras muchas fruslerías mortales, y pudiera contemplar la divina belleza en sí misma, específicamente única? ¿Acaso crees que es vana la vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario contemplarla y vive en su compañía? ¿O no crees que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con una imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? (Platón - "El Banquete")
 —Sócrates, no puedo menos que estar de acuerdo contigo.

—Odiseo, no estás de acuerdo conmigo, estás de acuerdo con la verdad.

(En defensa de Platón - Parte I)

Comentarios

  1. De la conversación con Sócrates me extraña que hable de amor entre heterosexuales. "Jóvenes" dice y allí no enmarca. El amor es bello y no se encasillar en lo definido por la sociedad. Cómo conocer el amor, cómo conocer la belleza si se niega la naturaleza de uno mismo a fin de ir con y no contra una sociedad?

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