Penélope y Odiseo: El mar que nos separa

Escribía Odiseo en su diario mental:

En el día, cuando el ardiente sol de la vida aplasta la voluntad de cualquier valiente, la sola idea de tenerte cerca, para mirar tus ojos hermosos o conversar de nosotros, me reconforta en este desierto de soledad.

Por la noche, cuando el océano de mi mente está embravecido, recuerdo cuando tus melodiosas manos, componían armonías en mi rostro y en mi pecho aguerrido. 

Penélope: 
—Hoy he visto el amanecer desde esa colina, de donde te vi partir, solo, arremetiendo contra las olas, que amenazaban con arrojarte contra aquel peñasco, en ese donde me solías abrazar.

—Recuerdo que en aquella mañana, el mar estaba especialmente agitado, quizá para negarte la oportunidad, quizá para que te quedes en tu hogar, junto a mí, la esposa que te espera, para quien no hay alguien más.

—Pero partiste para hacer la guerra, para desterrar la maldad que se aproxima peligrosamente a nuestro mundo. Todos los años que perdemos separados, quiero pensar que de algo nos servirán, porque dejar que nuestros corazones sigan latiendo a un mar de distancia, nos hace tanto mal.

A Odiseo le sorprendió el crepúsculo en el campo de la batalla, cuando el cielo se pintó con tonos anaranjados. Los ejércitos regresaron hasta sus campamentos, porque ambos en fuerzas estaban igualados. Después de comer y beber con la soldadezca, el héroe caminó hasta donde el bullició de los hombres se perdió, y donde sólo el viento le aullaba.

Tumbándose en la colina, cruzó sus brazos bajo su cabeza y observó el movimiento de los astros en la cúpula celestial, pensó: —¿Estás tú, mi amada Penélope, contemplando nuestras estrellas desde la otra orilla; tú, a cientos de kilómetros más allá?"

Hasta que vio que venus se alzaba en la madrugada, y él se inspiró.

Odiseo: 
—Sí, sé que en esta noche miras las estrellas como yo, porque veo el reflejo de tus negros ojos allá en lo alto, a los pies del centauro. Muchos piensan que son las estrellas alfa y beta de la constelación, pero yo lo sé, eres tú, buscándome en el amanecer.

—Hoy no has dormido, sé que paseas tu mirada por nuestro cielo. Estás esperándome, porque sabes que añoro la fecha en que pueda regresar.

—Los años no perdonan, ahora tengo más cicatrices en mi piel, y tú ya deberías exhibir los primeros rayos de plata en tu cabellera. Si esta guerra no termina pronto, quizá nunca volveré a verte o abrazarte, como cuando nos sentábamos en aquel peñasco junto al mar, mientras mirábamos el horizonte, oyendo al viento cantar.

Penélope: 
—El riudo de las espadas y el llanto de los muertos han llegado hasta mis oídos, pero no he podido distinguir tus lamentos, seguro cuidas tu vida, no sólo por ti, sino también por mí, porque tu vida toda, ya es parte de la mía.

—Si amarte en la distancia es el destino que los dioses me deparan, seré sincera y fiel hasta tu regreso, cuando por fin a tus brazos me podré entregar.

—Cariño, cariño mío, si  no dejo de ver el cielo nocturno, tú seguirás buscándome entre las estrellas. Descansa mi héroe, mañana otro día será. Sé que este mar que hoy  nos separa, pronto te devolverá.


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