Psico Odisea: Cantar de arrepentimiento

Imagen tomada de fanlibros.com
Y después, en esa noche, entre furias y tempestades, me acosté en lo que sería mi tumba, adormecido por el dolor, encontré la soledad. Allí, alejado de la luz y en medio del silencio, sentí el peso del olvido, sometido a fuertes tormentos.

De tanto desear y sin conseguir el objeto de mis anhelos, el candil de la esperanza, que ilumina los días negros de los afligidos, se apagó definitivamente, extinguiéndose la única vida que se retorcía en mi.

Amargamente grité en silencio, gemí entre mis sábanas pronunciando sus dulces nombres, mientras mil lágrimas llenaban la vacuidad de mi triste morada. Con este preludio, inició mis cantar de arrepentimiento.

Siento el pesar de mi pasado cayendo sobre mis hombros y la angustia del pecador que se esconde de la Divina Luz.
El silencio adormece mis sentidos. ¿Es esta la calma que le sigue a la tempestad?  ¡Qué frialdad recorre mi cuerpo, que insensible es todo a mi alrededor! Tanto que el miedo se apodera de mi razón, y mi corazón, ya agotado por el dolor, deja de latir y sólo se oyen los suspiros de mi respiración.

Aquí en este cubil silencioso, me encuentro pagando las consecuencias de mis actos y de los de otros.


Me sentí culpable por recriminarte, por cargar en la Divinidad mi cólera y mis frustados anhelos. ¡Culpable yo! Por ser necio y cobarde, por confiar en quienes no debía y dejar que mis desbocadas pasiones guiaran mis torpes pasos.
Entonces me abracé fuertemente y me arropé con mis mantas. Un frío sepulcral hacía temblar mi cuerpo, mientras con amargura recordaba mis malos procedimientos. Fue cuando me dije:
¡Oh! Corazón de poeta, que para nada sirves. ¿Cuántas noches de tristeza has tenido en estos años? ¿Cuántos días de alegría encontraron tu existencia desde entonces?

 ¿No viste -acaso- que no has vivido desde esa tarde cuando dijiste adiós? ¿No viste que el retoño de tu amor había germinado en el vientre fértil de la madre que amabas?

Ahora, allende el tiempo y la distancia, remiso por las circunstancias pasadas, no sabes cuantas noches y días de tribulación le siguen a estas.

¡Cuánto miedo has de sentir al mirar el futuro que te aguarda!  Y no comprendes cuánto sufrirás en lo sucesivo, ya sin una esperanza que te mantenga con cierta cordura.

No escuchas la voz del Absoluto, ni vislumbras una imagen en tu interior. Te repites hasta el cansancio que todo ya terminó, que cruzaste la línea que divide a los vivos de los muertos, estando tu, en el lado de los perdidos, de los que marchan alejados de la Luz del Crador.
Aún después de que mis ojos se agotaron, permanecí tendido buscando en qué sostenerme; más al no hallarlo, me postré de rodillas y junté mis vacilantes manos.

Oré en silencio pidiendo por dos seres queridos, sin callar mis dolores y sin negar mi pasado. Oré para que mi maldad no las alcance y solicité la asistencia angelical para ellas, a quienes no he olvidado.

Más para mi, no hubo nada que decir, pues ya nada quise, sinó que dejar de existir. Continué en mi oración y en búsqueda de consuelo alcancé a decir:
Señor mío, cuando al mundo de los sueños entre, háblame como antes lo hiciste, no tengo a quien recurrir y ya habiéndolo perdido todo, preparado me encuentro para ir hacia Ti. Quizá nunca alcance tu misericordia, quizá nunca más vuelvas a oír de mi.

Ciertamente es tu camino, un camino de dolor y soledad, aquel que recorrí en la miseria y que abondoné en una tarde cualquiera. Pero, ¿Acaso ahora sería diferente? Tanto más dificil cuanto más atribulada mi conciencia se encuentra.


¡Ay de mi! Si he vivido una década y media entre angustias, y seguirte sólo garantiza la continuidad de mis lamentos. Pero, al no ver otro camino, entiendo porqué vine a este cuerpo, para pagar viejas deudas y pedir perdón por los entuertos.


Madre Divina, que contigo peleamos juntos en batallas olvidades en el tiempo, hoy recurro nuevamente a Ti; sé propicia y  mi aliada; empuña una vez más, la espada que deba dar muerte a esos terribles demonios que habitan dentro de mi.


No sé qué pasará conmigo en los años porvenir, pero si en una de esas batallas, la muerte me sorprendiera, allí pues, con ligereza mi vida la daría, porque no representa otra cosa que el término de una vida austera en alegrías.
Así, caí en mi lecho ya sin fuerzas, en medio de turbaciones y dudas; cansado de vivir y esperando un consuelo o una respuesta que alivie esta profunda aflicción, que colma mi existir.

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