Una tarde para pasear

Ya estaba cansado, sólo me tumbé en la cama, pero quise salir a pasear.

Dejé que mi cuerpo se duerma, mientras vigilaba este proceso. Entonces cuando lo vi dormido, levanté mi torso y salté hasta el suelo. Me acerqué a la ventana, giré mi cabeza hacia mi cuerpo y, ahí estaba mi figura tridimensional, descansaba tranquilamente envuelto entre frazadas. Me despedí de mí mismo y salté al vacío.

Era media tarde, el sol bañaba ligeramente los acantilados de mi ciudad, Lima. Mi astral entre la nada, flotaba deliciosamente y con tal suavidad, que parecía una pluma cayendo desde la altura de mi edificio. Vi el cruce de las calles, siempre tranquilo, con gente que lo transitaba sin apuros; una combi gris pasaba de norte a sur, desde donde el cobrador vociferaba la ruta de su transporte; en la cochera de los edificios, caminaba el anciano vigilante con su traje marrón, sin vestir su característico gorro del mismo color. El viento casi no movía las ramas de los altos eucaliptos que subían frente a mi ventana. Y yo seguí bajando lentamente, tanto que una de las hojas de estos árboles, atraída por la gravedad, llegó hasta el pavimento antes que mi cuerpo astral.

Me distraje, cerré mis ojos y, sin notarlo, después de abrirlos nuevamente, el techo de mi habitación estaba sobre mí. Comencé a recordar el paseo, sonreí, levanté mi cuerpo físico y salí de mi habitación para conversar.

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