La culpa la tiene la luna

Cuando giré mi rostro al este, ella estaba ahí, recostada con los brazos sobre el muro que serpentea al lado del río que divide la ciudad. Abrigada y pensativa, miraba las estrellas y las constelaciones. Repentinamente se perdió en la luna llena, como alzando una plegaria al astro que alumbraba la noche, desde lo alto del volcán que protege la centenaria ciudad.

La imagen de aquella mujer sobre el río, al lado de edificios coloniales y bajo la luna llena, me pareció una estampa inolvidable. Su cabellera castaña y larga ondeaba con ligereza cuando el viento soplaba con cierta frialdad. Envuelta en su abrigo, vestía uno de esos pantalones ceñidos al cuerpo y bajos botines negros cómodos para caminar.

Mientras el rugido del río ocultaba la noche citadina, el brillo de la luna se reflejaba sobre el caudal. Miré los sedimentos que forman el acantilado, aquellos cantos rodados que se mezclan con pequeñas piedras y areniscas compactadas por los milenios, parece que algún día se desprenderán. El antiguo puente está solitario, mientras fuertes rejas me separan de una caída segura sobre el agua tormentosa.

Me inspiré con la luna llena, ¡era tan hermosa! Volvieron a mi los recuerdos de noches inolvidables, momentos todos cuando yo, con libreta en mano, escribía recordando amores perdidos en el tiempo, mientras que en esas horas de plenilunio, desde lo alto  recibía la inspiración para llenar páginas de eterno amor. La contemplé como un amante a su novia, la toqué con mis ojos y me perdí con su belleza natural, hasta no saber si fue por unos segundos, o aquel instante se convirtió en años.

Envuelto por la magia de la sencillez, dibujé en mi mente la postal que grabaría para la posteridad. Esta vez no plasmaría la imagen con palabras, estaba dispuesto a perpetuar ese retrato con la cámara. Pero cuando volví la mirada, aquella dama había desaparecido.

Así fue como la luna se llevó el recuerdo, más le sonreí a mi celosa amiga y me alejé por una calle de luces amarillas, al borde del acantilado, sobre el río de mi ciudad.

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