Noche de año nuevo

Once y cuarenta y cinco de la noche. Durante el día había decidido recibir el año nuevo en la plaza de armas de la ciudad. Allí llegué con el tiempo justo para comprar un par de bombardas para lanzarlas a la medianoche, comenzando el año nuevo. Y así sucedió: desde una esquina despoblada de la plaza, realizamos dos emocionantes disparos que iluminaron el cielo, luego nos abrazamos deseándonos lo mejor para este nuevo año.

Pero no éramos los únicos, hubieron varios citadinos y turistas que estuvieron reventando cohetecillos a mansalva; otros disparaban bombardas desde sitios repletos de individuos; claro está, como no podía dejar de suceder, algunos de estos regresaban al gentío causando preocupación entre la concurrencia.

Después que callaron los fuegos artificiales caminamos por las centenarias calles arequipeñas: San Francisco y San Agustín, quizá buscando donde animarnos un poco o simplemente haciendo hora para no dormir tan temprano en un día tan especial. Mientras el frío estaba congelando mis manos y luego de andar por 15 minutos, llegamos a una calle poco transitada donde está ubicada la antigua discoteca Point, lugar concurrido por gente adulta de una clase social austera. Aquí regularmente suena música rock retro, salsas de décadas pasadas y de cuando en cuando, algún éxito de moda.

Un arco de globos amarillos decoraba la entrada; se oía la música desde afuera y decidimos subir por la vetusta escalera cubierta por una larga alfombra roja. Mi primera impresión me dejó en calma, pues no era el ambiente desordenado que tenía pensado y el lugar estaba limpio, dentro de lo que podía observarse entre la oscuridad, a excepción de la escarcha amarilla, seguramente arrojada en la recepción del año nuevo. El vigilante, que también funge de anfitrión, nos invitó a tomar asiento y lo hicimos al lado de la pista de baile. Pedimos un licor y para mí una Red Bull. A los dos minutos de recibir las bebidas salimos a bailar ritmos tan variados como rock, salsa, cumbia, hip hop, algunas pocas andinas como huayno, saya y morenada, y hasta una criolla.

Como cada noche de baile y como sucede en la mayoría de discotecas, están presentes los personajes infaltables e inolvidables para todo buen observador.

Allí, en una esquina de la pista de baile, está ese personaje que se mueve graciosamente y con gran despliegue físico en todas las canciones, pero que invoca el respeto ajeno por su falta de complejo; en esta oportunidad encarnado en la persona de un alegre sexagenario. En esa noche también se presentó aquel que desea bailar, pero su pareja se mantiene clavada a la silla mostrando un rostro de aburrimiento sin fin; sin embargo él no se desanima, su cuerpo no cesa en moverse al ritmo de la música, ya sea de pie al lado de su mesa o sentado frente a su pareja; su rostro siempre alto con una nariz respingona que apunta permanentemente hacia arriba, me deja ver como su boca entona, silencionsa pero animadamente, cada una de las canciones que se suceden.

A veces hace su aparición la clásica pareja que a fuerza de práctica ya tienen los pasos memorizados, ríen y gozan en su mundo de perfección rítmica de la música más moderna del repertorio de Point, pero no se arriesgan con ritmos alternativos o autóctonos peruanos. Entre la gente aparece aquella mujer que sólo baila cumbias y salsas movidas, que le habla continuamente a su pareja aunque esta no le responda, lo señala, señala su pecho, el suelo, hace ademanes con las manos y la cabeza.

Perdido entre el pequeño tumulto, un hombre y una mujer no han parado de discutir por más de media hora. También está esa pareja que baila mal pero lo goza; sí, lo goza con sonrisas en los labios y perdidos en el anonimato de un simpático lugar con gente sencilla y sana. Esos somos nosotros, al fin, en el lugar que nos pertenece.

Y ya pasando las cuatro de la mañana, aquel hombre que discutía, lleno de celos y ebrio, decide tratar a empellones a su amigo bastante mayor en años, sólo porque su mujer tomó el brazo de nuestro sexagenario bailarín para llevarlo a la pista.

Finalmente salimos de aquel lugar con la promesa de regresar, el frío superaba nuestra resistencia, tomamos un taxi y empezamos este año, que no podía iniciar mejor.

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