Cineplanet Tacna - Sinsajo

Hay veces en que los astros se conjuran entre ellos para brindarte una desagradable experiencia, como aquella noche del sábado 6 de diciembre, la noche anterior a la segunda vuelta electoral.

Seguramente pensarán que soy un quejoso y quizá hay quien diga que me la doy de sibarita, pero a mi me pareció tan terrible como la vez que bese a una chica que acababa de comerse un ajo y todavía se las ingenió para eructar en mi boca... Así es, ahora entienden el ultraje que viví.

Acaeció la noche en mención, cuando ciertos astros que no venero, decidieron arruinar mi estancia en la ciudad más austral del Perú, Tacna. Como gran estrella del cine, decidí cambiar mi atuendo formal y vestirme con mi ya legendaria chompa naranja con figuras en rombo, de la cual todo quien la ve, asume que la traigo al revés. Debajo de la cintura llevé un jean azul "pitillo" poco desteñido, con un grueso cinturón negro de cuero gastado, zapatos negros en punta de rombo y un peinado a lo Hugh Jackman.

Quienes me conocen saben que Hugh y yo tenemos un parecido, tanto en talla, como en corpulencia y apariencia. Él mide 1.86 y yo 1.68.

Ya frente a las cajas, la austera cartelera me desanimó, dos películas peruanas, que siempre brillan por su mediocridad, dos de terror que nada nuevo van a mostrarnos, una cómica y la "Sinsajo". Medité profundamente casi hasta llegar al Nirvana, cuando decidí arriesgarme por la película del avecilla, que si la parte 2 ya la había notado regular, al menos podía arriesgarme con la tercera, ya que la crítica no era mala, pero tampoco buena.

Adquirí dos entradas sin solicitar descuento, algo inusual en mi. Después de desembolsar los veinticinco Soles en una, pasé por la ventanilla de las palomitas para canjear mi ticket de descuento por el "combo premium". Grande fue mi sorpresa al ver la pequeña caja de palomitas, creo más pequeña que un vaso de frappé de 16oz, también un vaso mediano de gaseosa y una barrita de un dulce con sabor a chocolate, todo por S/.8.10. Amablemente le pedí a la cajera que me devolviera el ticket.

Hicimos cola para entrar, "Sala 1, por favor pasen". Entrábamos listos para la aventura, listos para Sinsajo, con el ánimo al tope a pesar del fraude de las palomitas... Hasta que nos sentamos en las butacas de mierda que tiene este cine.

No estoy seguro si las demás salas tienen los mismos asientos, pero por lo que me dijo cierta "belieber", parece que si. La Sala 1 era la mismísima cámara de tortura china que hemos visto en las películas antiguas. Los asientos son más rectos que el tiro de una bala, no son reclinables y por si fuera poco, tienen una curvatura hacia adentro en la parte alta del respaldar, de tal forma que aunque la película esté mala, como en este caso, tampoco puedes dormirte, sí o sí tienes que zamparte el disparate que elegiste.

No podía tirarme en el asiento porque mi cabeza quedaba a la altura de la almohadilla, no podía badearme, ni reclinarme, sólo quedaba la posición recta, como si estuviera en el colegio militar, piernas y espalda a 90°; seguro que el profe' de premilitar hubiera llorado de alegría al ver tanta precisión y orden en la concurrencia.

Lamentablemente no puedo decir lo mismo de los demás asistentes, todos parecían cómodos y contentos. En este punto ya estaba renegando y felizmente mi fiel amiga me secundó en mis quejas; un poco de cortesía amical. Mientras avanzaba la película yo me revolvía sobre el asiento, la gente volteaba a verme y por ahí alcancé a oír un murmullo: "Mira amor, el chico licuadora".

La película no sólo no tenía un tema, sinó que se volvió un drama lloroso y sin sentido, para rematarla, ni una explosión. Ya la cosa estaba mala, pero una breve (brevísima) bocanada de aire cuando apareció Woody Harrelson, lástima que al minuto regresé al tedio previo. Julianne Moore tenía un rostro más seco que la corteza de un eucalipto, inexpresiva y sin emoción, con decirles que Robocop parecía más humano que esta comadre.

Luego de dos horas y diez minutos de película pensé que por fin la guerra iba a comenzar, pero no, sólo me quedó ver por enésima vez, los ojos llorosos de la sinsajo. Para cuando acabó la película yo era un batido amorfo de aburrimiento y dolores musculares, más el remordimiento de haber elegido mal la película.

Lo único que rescato de la película fueron las aparaciones de Philip Seymour Hoffman y el atractivo de Natalie Dormer; por lo demás, esta es la peor película por la que he pagado en mi vida, junto con los tres mosqueteros donde aparecen esos barcos voladores.

Finalmente me retiré primero de la sala, siempre secundado por mi sufrida amiga. Pero la mala suerte no acabó ahí. Ahora, mientras escribía el artículo, se apagó la notebook porque se descargó la batería.

¡Noooooooo, maldición! Los astros se vengaron de mi, seguro porque no les he dedicado un artículo como es mi costumbre.