Psico Odisea: El demonio del orgullo

Imagen tomada de: blog.syracuse.com
En ese instante, sentí que una fuerza incontenible me arrastró hasta el abismo, cayendo yo al frío y la desesperación, mientras, aún con más fortaleza que antes, el demonio que me apresaba, escupía una verbórrea incomprensible a mis puritanos oídos, encadenaba mi cuello y castigaba mi mente como un látigo ardiente azota la espalda del afligido.

Así caí en la antesala de mi infierno interior y estuve en un coma por varios días y noches, sólo sintiendo el dolor moral que me profería este demonio. Entre gritos de dolor, inconcientemente busqué una luz en toda esa oscuridad, infructuosamente traté de hallar una voz de consuelo o algún pañuelo para retirarme las lágrimas que el frío hiciera congelar. Pero nadie, sólo él y yo, nos encontrábamos en este alejado lugar.

Y sin embargo, no huí de todo este flagelo, lo acepté como el mendigo acepta su pobreza, como el afligido acepta su tristeza y como el pecador acepta su castigo. Dolido en lo más profundo de mi ser, me sentí abatido y totalmente derrotado, ante las fuerzas inexplicables del destino. Mi corazón, quebrado a fuerza de recibir sólo tristeza, rechazo y rencor, no latía más, ninguna esperanza albergababa, ni sangre alguna transitaba por sus entrañas.

En mi mente se repetía incesantemente una sóla cuestión: ¿Por qué? Mis lágrimas atravezaban mis mejillas, algunas cayendo rápidamente hasta el frío suelo que congela los duros pasos del penitente. Y sufrí todo lo que sufre un hombre a quien se le robó su familia, sus sueños y sus bienes; pero sobretodo, sus creencias y su esperanza.

Entonces, encontré la sabiduría existente en ese reino oscuro, fue cuando comprendí las palabras insanas que mi carcelero profirió contra mi, durante mi caída, pues no hay ningún dios como el que la gente añora, no hay un dios creador, todo amor, justicia y bondad, aquel dios que en sus misterios sólo se revela ante sus religiosos y temerosos hijos.

Qué podoroso descubrimiento y qué fácil de entender me resultó, porque en la estancia dolorosa en la que mi mente vagaba, no se veía el amor o alguna bondad, ya sea encarnada en algún ser o en alguna accción liberadora de esta realidad fúnebre.

Fue la justicia, siempre tan injusta, que favorece al perverso y arrasa al inocente hasta su triste fin, la que me pareció la más confusa de las mentrias, porque ya no comprendía o distinguía la línea que marca la división entre las dos.

Habiendo ya recibido la infernal enseñanza, mis crudos pensamientos alcanzaron a este tal dios creador, a ese lleno de justicia y amor por la humanidad, a quien con fe ciega el mundo adora sin comprender la sustancia de lo que no está compuesto o, finalmente, si está compuesto de algo.

La justicia sólo existe para aquel que puede proporcionársela y la verdad es relativa, como todo lo que es percibido por nuestros sentidos. No existe un amor que lo vence todo, ni un dios que todo lo ve y todo lo sabe y que insuflará amor a quien lo necesita. No, por aquí no hay amor alguno.

Estas menitras no son sinó ilusiones, estímulos mentales para arrastrar un sufrimiento disfrazado de esperanza. Las mentes débiles se aferran con tal desesperación a una posibilidad remota, que no reparan en la letanía que les produce alcanzar su final deseado.

En cuanto a mi, no me aferré más a una esperanza ni a un futuro prometedor, pues cómo podría un futuro no ser más que una probabilidad. No sólo me basé en cálculos y la estadística de mis viviencias, sinó que, recordando a Buda, el deseo insatisfecho es la raíz del sufrimiento. Así, no quise desear un final feliz para mi, me pareció más honesto esperar nada, sólo dejar que continuen mis pasos por una vida desdichada.

¿Quién puede argumentar que después de morir más de 50 millones de personas en la segunda guerra mundial, al final triunfó el bien y se hizo justicia? Díganle eso a los fallecidos, a sus familias y a todos aquellos que sufrieron ese horror.

¿Qué importa la justicia y la verdad final en aquel condenado por violación, que luego de estar encarcelado durante 20 años, su acusadora admite que mintió en el juicio que le acarreó esa pena?

¿Qué diríamos de aquellos hombres que pierden fatalmente su decendencia por el engaño de una mujer que ni aún siendo descubierta, muestra algún arrepentimiento? ¿Es esta la justicia, el amor y la verdad que emana del dios creador?

Pero es este mismo dios testigo silencioso de todos estos males y ni el mismo puede devolver a los caidos toda la bondad que compense tanta miseria. Y aún pudiéndolo, no hay duda que estos desdichados preferirían volver en el tiempo para corregir este presente aterrador. Sin embargo, no existe dios alguno que pueda alterar el tiempo, como no existe en estos tiempos un dios que quiera vencer a la maldad.

No puedo evitar sentir un inmenso odio a toda esa idea religiosa que nos enseñó a creer en un futuro mejor, cuando este jamás existió. No puedo evitar vociferar a quien tanto adoran y son estos bravos ladridos, pruebas exactas de mi iniciación en este asunto demoníaco. La vida no sólo me repudia, yo mismo también la vitupero y mascullo cuánto más puedo a este maldito destino.

He ahí la sabiduría que este demonio me entregó, nunca oí palabras más ciertas que estas:

No hay nada más allá, de lo que uno mismo hace o vive.

Y toda esta enseñanza las aprendí a punta de látigo y bajo el azote permanente de su bífida lengua.

En toda esta oscuridad, alejado de cualquier humanidad y en el silencio eterno del infierno de mi inconciencia, la vida, siempre renuente a cederle su puesto a la muerte, exhaló un último aliento, recordando tiempos mejores, cuando el andar de la existencia ignorante es grácil e inconcientemente feliz.

Pero no hay sufrimiento eterno ni hombre que lo resista...

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