TACNA Y LOS MUERTOS QUERIDOS

A CATALINA, CON AMOR – XL

TACNA Y LOS MUERTOS QUERIDOS


Catalina, no se si en crónicas anteriores te he contado que pertenezco a la que podríamos llamar “la generación bisagra”, como acertadamente ha dicho mi amigo, Luis Cavagnaro, el Historiador de Tacna. “Bisagra” porque habiendo nacido en el siglo XX, en una Tacna que no tenía más de 30 mil habitantes, en nuestra infancia hemos podido ver, a la distancia, y recordado ahora entre brumas, desfilar con sus auténticos uniformes, a dos viejecitos, Aranda y Hume, ambos sobrevivientes de la Guerra del Pacífico.

Acudíamos a los corsos del carnaval y a las veladas en el Teatro Municipal; nuestras casas eran visitadas por personas mayores que habían vivido el cautiverio. Cómo no recordar, siempre, a los hermanos Guillermo y Juan Auza, a la señorita Dora Arce, a doña Lastenia Rejas de Castañón. A auténticas “señoritas de Tacna”, como Carmen Rosa Vargas Téllez, Aída Falkenheiner Castro, Rosa Grabulosa Eyzaguirre, las hermanas Lily y Blanca Lapeyra y Campos, las hermanas Eufemia y Maximina Anaya, la señorita Carmen Traverso, que había dirigido una escuelita peruana clandestina y a la dulcísima señorita Isabel Jiménez, tía de los hermanos José y Arturo Jiménez Borja.

Nadie como Arturo Jiménez Borja ha retratado mejor a las señoritas de Tacna, que inspiraran, además de recordar a su tía, a Mario Vargas Llosa a escribir la obra de teatro con ese título. En un fragmento del Colofón que escribiera Arturo Jiménez Boja, a la segunda edición del Alma de Tacna, nos cuenta que “Las señoritas de Tacna en misa, se sentaban al lado de otras señoras y señoritas peruanas. Se visitaban entre ellas y formaban un círculo muy cerrado en el que no se colaba ningún varón ni dama que no fuese peruana. Así envejecieron y se quedaron solteras. Yo vi marchitarse a mi tía, poco a poco, sin perder su compostura, ni apoyar la espalda en el respaldo de los sillones, con dignidad de nardo que se desmaya lentamente”.

Avanzando en el tiempo hemos visto crecer la ciudad, cambiar su faz. Dejar para siempre ese ambiente en el que todos se conocían, donde se dejaba abierta la puerta de calle. Entonces todos se saludaban. Primero fueron las obras que se construyeron en el gobierno del General Manuel A. Odría las que modernizaron la ciudad. Después, a partir de los años setenta empieza una fuerte corriente migratoria. Aparecen los “los pueblos jóvenes” y los peruanos que vivían en la sierra llegan a las ciudades de la costa, buscando mejores horizontes. Tacna no es la excepción. Lo demás es historia reciente.

Por eso es que hoy los tacneños como que nos vemos reducidos a vivir en guetos y solamente nos encontramos en bodas o en funerales de tacneños. Es común decir, en esas ocasiones, “qué bien que nos encontramos”, “por fin veo tacneños”, “qué ha sido de tu vida”. “Camino y camino por las calles y no veo un tacneño” dicen algunos, como un lamento, los que regresan después de años a su ciudad natal. Pero no niegan que Tacna está limpia, vestida de flor y de fuentes, con granes avenidas. El Arunta y el Intiorko, los cerros tutelares, se dan la mano a través de las vías que unen a los conos sur y norte. La ciudad ha crecido bien, ordenada. No hay que negarlo. Hacerlo es mezquindad. Los tacneños no somos mezquinos.

En los primeros meses, de este año que parece avanzar más rápido, se nos han ido varios tacneños queridos. Primero fue el coronel Hugo Vernal Delgado, un buen padre, buen esposo, amante de la poesía. Más de una vez lo vi y escuché declamar en alguna reunión en agosto. Su partida fue sorpresiva, inesperada.

Se fue la señora Aída Bocardo viuda de Ponce, una maestra de las de antes, como se dice para ejemplarizar la responsabilidad, la decencia, el amor por la enseñanza. Madre de Sara, Víctor y Maruja. Enseñó muchos años en la Escuela Pre Vocacional de Mujeres 994. Tuvo como directoras a maestras de viejo cuño como doña Juana Vargas de Méndez y la entrañable señorita Norah Cavagnaro, que vive su venerable ancianidad en Lima. Nunca crucé palabra con la señora Aída, pero le tenía un grandísimo aprecio y respeto que es el que se tiene a la gente que uno tiene la certeza que es buena.

Una dama que no era tacneña, sino cuzqueña, falleció hace días. Doña Irene Núñez del Prado viuda de Fernández. Ella llegó a Tacna, en la década de los 40s, con el caballero abancaino don Ángel Fernández. Aquí formaron su hogar. Todos sus hijos nacieron en Tacna: Abel, Guido, Elard, Ciro, Elida y Erick. Vivían en el Pasaje Vigil, en el segundo piso de una casona que estaba ubicada donde hoy funciona la Caja Municipal de Ahorro y Crédito de Tacna.

La señora Irene era una muy dama muy distinguida, que confirmaba aquello de que la belleza cuando es madura es más bella. Yo la quise como si fuese parte de mi familia. Ella también me quiso mucho, como a uno de sus hijos. Yo lo sentía cuando iba a buscar a Erick, mi compañero de colegio y de promoción, en la Gran Unidad Coronel Bolognesi. Don Ángel partió primero. Era muy ocurrente. A los muchachos nos sorprendía con historias exóticas. Decía que había nacido en Kiev, en la vieja Rusia. De esa manera me obligó a buscar en los diccionarios enciclopédicos dónde estaba, exactamente, Kiev. En lo único que no coincidíamos era en que él era hincha acérrimo de la U. Yo soy Alianza Corazón.

Y para terminar, querida Catucha, esta crónica que recuerda a los muertos queridos, rindo mi homenaje de recuerdo y gratitud a Edilberto Valdivia, “La Mona”, para sus amigos. Fue el entrenador que llevó a la primera división al equipo del Colegio Cristo Rey, y lo mantuvo dos años, por única y última vez. Mi hijo, sus discípulos, los padres de esos muchachos heroicos, que lo dieron todo por nada, se lo agradecemos y elevamos una oración pidiendo que descanse en paz este hombre bueno, deportista, que luchó con la muerte a brazo partido. El último partido de su vida, desgraciadamente, lo perdió. Pero lo perdió luchando, con garra, como lo enseñó a sus alumnos.

Autor: Freddy Gambetta

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