Es la lluvia y tu ausencia
Llueve en la ciudad desde la media tarde, constante e imparable.
Cuando el cielo está oscurecido y el día ha terminado; cuando la mente se llena de nubes grises, después de cualquier medio electrónico desconectado, también llueve aquí dentro. Y como hoy, hubo días en que no pronuncié una palabra hasta que me alcanzó la noche, el sueño.
Sumergido en esa soledad, después de olvidar el día, a veces recuerdo; a veces sobre esa cama, cubierto por la oscuridad y las mantas, fantasío con encontrarte, con perderme en tu abrazo infinito, con nostalgia por lo que nunca sucederá, mientras me deslizo voluntariamente por un huracán que me adsorbe, hasta que deseo hablar. O quizás deseo hablarte.
Después escribo en mi habitación, en tanto mi profundo recuerdo está contigo. Y todo aquello que no articulé con mis labios y mi lengua, lo moldeo en mi mente y lo cristalizo con mis manos en un papel o en un lienzo digital, antes que se pierda en la madrugada, antes que la angustia del inevitable destino me derrote y me extravíe en el limbo de la ensoñación y la pesadilla.
Porque cuando nadie está, estás tú, estoy yo, frente a frente, con un muro entre nosotros. Ya probé tantas formas de acercarme, de cruzar la pared, de cavar, de volar, de romper y de romperme. Pero eres inalcanzable para mí. Y no sé, no sé si eres un espejismo, o —quizás— yo lo soy. Talvez nadie está al otro lado...
Solo sé que no estás. Y a esta hora, creo que ya nunca estarás.

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