Por qué no existes


Pensaba en ti aunque no existe.
Pero pensaba que podías existir.
Quizás de una forma heterogénea.
Quizás como un alma eterna.

Estoy aquí, bajo la sombra de la glorieta, esperando, siempre esperando, muy cerca de la quebrada que hoy luce tranquila e iluminada por el crudo sol vespertino, mientras algunos pajarillos rompen alegremente el silencio de este domingo, tanto que parece que siento que el tiempo avanza con dulzura.

Pero no, hay nostalgia. Ni toda la magnificencia de la naturaleza en acción estremece mi ser, como tu ausencia sí la estremece.

Nunca llegarás, lo entiendo; pero estaré aquí para desgracia mía.

El aire frío de la montaña viaja hacia el oeste, donde el día terminará; pero aún cuando llegue la noche, mi esperanza nunca sucumbirá.

¿Sabes que ayer sentiste el dolor de tu inexistencia? La angustia de mi alma se expresa en líneas que nunca leerás.

Y todo sigue, los pajaritos cantan, el sol alumbra, la neblina avanza, los pequeños insectos caminan o vuelan muy cerca. Nada cambió. 

Ni tú, mi Penélope. Ni tú.

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