Atardece sin ti

 

Atardece en el andino pueblo, sobre un páramo rodeado de quebradas nacientes, que descenderán algunos kilómetros para fundirse en un caluroso y verde valle que se extenderá hasta el mar.

Aquí, en este alto desierto donde la naturaleza se muestra sin timidez, el cielo se oscureció con nubes grises que invitan a pensar que la lluvia está por llegar. Pronto el pueblo queda cubierto por ese manto blanco que disminuye gravemente la visibilidad. Pero avanza, como yo avanzo hacia otro lugar.

Es ahí donde me detengo, al pie del acantalido, cuando ya la neblina se ha marchado y descubro toda la belleza de un magnífico atardecer. Lo aprecio como quien aprecia los ojos brillantes de la mujer que ama. Pero lo contemplo con la simpleza de un mortal que solo puede ver y nunca alcanzar.

Y aunque el cielo no es tan infinito como los ojos de ella, este escenario es único, completamente pintado en tonos celestes y grisis, salpicados con anaranjados que palpitan desde un oculto sol.  Los cúmulos superiores quietos en el firmamento y la niebla que danza sobre el valle en sinuosas figuras, completan ese inolvidable cuadro, ese atardecer que pronto terminará.

Sí, terminará como termina la ilusión. Terminará como todo terminó.