Secretos del Amor Duradero

En las fiestas de bodas, me complace ver bailas a las parejas. Siempre hay una, a menudo ya mayor, en que ambos se acoplan de maravilla, como impulsados por una vitalidad y una seguridad absolutas. ¿Quiénes son estas estrellas, tan dichosas en su matrimonio? ¿Qué hicieron para que la vida les sonriera? ¿Cuál es su secreto?

Entrevisté a 100 parejas, cuyas edades fluctuaban entre los veintitantos y los 80 años. El matrimonio más joven acababa de celebrar su séptimo aniversario; el más veterano llevaba 55 años de feliz unión. Pero independientemente de la duración del vínculo que los unía, una y otra vez escuché las mismas cosas y me percaté de las cualidades que al paso de los años han conservado venturosos a estos matrimonios. He aquí ocho características comunes a estas parejas:

1. Las parejas felices se sintieron a gusto en su mutua compañía desde el principio. Suele pensarse que el amor “maduro” se desarrolla gradualmente. Sin embargo, la mayoría de las parejas con quienes conversé aseguraron haber sentido entre sí una sorprendente afinidad casi de inmediato. Tuvieron una avasalladora sensación de conexión, de valores compartidos. A veces, esta impresión de ser el uno para el otro era sexual; en ocasiones emocional; a menudo, una combinación de ambos factores.

Tal afinidad abarca un delicado equilibrio de amistad, que se basa en la semejanza, y de pasión, que se basa en la diferencia. La tensión entre ambas genera y sostiene la vitalidad de un matrimonio.

Cierta dama planteó un enfoque interesante: “Los matrimonios bien avenidos son los que están formados por dos personas que son opuestas en personalidad, mas idénticas en formación”, me dijo. Su marido era un optimista. Ella, en cambio, siempre había sido pesimista. Pero ambos eran del mismo origen étnico y de la misma formación religiosa. A ella le atraía la fuerza de él; a él, la vulnerabilidad de ella. En su matrimonio se daba esa unión de características contrarias a las que las parejas aluden cuando se refieren a su cónyuge como a “la otra mitad”.

2. Las parejas felices comparten sus rutinas cotidianas y sus sueños. Uno de los consortes prepara el café de la mañana, el otro saca a pasear al perro, y ambos leen el diario mientras se desayunan. Todas las parejas estables con quienes hablé mantienen el rumbo de esa manera. Por sí mismas, las rutinas diarias generan felicidad conyugal; pero sí instilan seguridad y confianza en la existencia natural del matrimonio.


A partir de este pequeño bienestar cotidiano, las parejas felices pueden internarse en el ámbito más profundo de los sueños compartidos. Se esfuerzan por ser algo más que “los Miranda”; trabajan juntos para llegar a ser cierto tipo de Miranda: los Miranda que compraron una finca, o los Miranda que administran su propia empresa, por ejemplo. Cualquiera que sea la meta, trabajar ambos hombro con hombro para convertir un sueño en realidad da esplendor a la pareja.

3. Las parejas felices no alimentan el rencor. Muchas de las parejas a las que entrevisté rara vez riñen entre sí. No obstante, cuando surge un conflicto, se enojan, dan rienda suelta a su ira…, y luego dan borrón y cuenta nueva a su relación.

La capacidad de resolver sus desavenencias era una característica común en la vida de estas parejas. La forma en que dirimían sus discrepancias variaba mucho. Algunos cónyuges tenían la costumbre de jamás irse a la cama si aún estaban disgustados; otra pareja, en cambio, sí lo hacía, para que el sueño disipara la tormenta. Algunos consortes se gritaban; otros, simplemente se enfurruñaban. Ciertas parejas afrontaban los problemas conforme se iban presentando; otras, aplazaban su resolución varios días, hasta que consideraban que había llegado el momento oportuno para ventilarlos.


Uno de los matrimonios a los que entrevisté había ideado un original método para soslayar conflictos mientras trabajaban juntos en proyectos especiales. Si uno de ellos decía algo agresivo, el otro exclamaba: “¡Descarrilamiento!”. A la tercera vez que ocurriera, la parte ofensora debía pagar una multa simbólica.

Cuando, pese a sus esfuerzos, la situación terminaba en una batalla campal, uno de los dos salía de la habitación. “Si cualquiera de nosotros se iba, no pasaban cinco minutos sin que volviéramos a estar juntos”, explicó la esposa. “Ni siquiera teníamos que disculparnos, pues nos complacía mucho llevar la fiesta en paz otra vez”. Como estaban conscientes de esto, deliberadamente dieron en provocar discusiones a propósito para salir de la habitación y enseguida reconciliarse.

4. Las parejas felices buscan siempre lo mejor para el otro. Las relaciones matrimoniales prosperan cuando los consortes se concentran en aquello que es bueno y auténtico en el otro.

Lo cual no significaba que ambos deban ser optimistas. Conversé con muchas parejas en las que uno de los cónyuges siempre estaba angustiado, deprimido o irritable. Pero el matrimonio se mantenía firme pese a estos elementos temperamentales, porque el afectado no proyectaba en su pareja sus pensamientos negativos. Pese a la angustia, la ira o la tristeza que un marido a una mujer rumiaba dentro de sí, cada cual confiaba en el otro.
Las expectativas positivas ejercen una poderosa influencia. Los casados con quienes hablé habían aprendido a ver, obtener y esperar lo mejor de sus parejas. Me di cuenta de que este “realismo de color de rosa” era característico de las uniones felices. Cuando alguien nos agrada, ello se debe en parte a que nos vemos reflejado lo mejor de nosotros mismos en los ojos de esa persona. Y esto es lo que los cónyuges dichosos hacen el uno por el otro. Proyectan una imagen real, pero halagadora, de su compañero o compañera.

5. Las parejas felices aprenden a cambiar. La mayoría de mis entrevistados me informaron que habían cambiado mucho en el trascurso de su vida matrimonial. Todos ellos consideraban haber cambiado para bien, y en ello convinieron ambos cónyuges.

Este es un descubrimiento importante, pues da aliento a aquellos esposos que ya perdieron la esperanza de que algo importante cambie entre ellos. Una sorprendente mayoría de las parejas muy bien avenidas había pasado por alguna crisis conyugal. La cuarta parte de ellos había pensado en repudiar al compañero. Algunos, efectivamente se habían ido. Esos matrimonios sobrevivieron –y florecieron- porque uno o ambos integrantes de la pareja cambiaron lo que estaba causando conflictos en la relación.

Uno de los maridos, por ejemplo, era un jugador empedernido. Tardó mucho, pero el hombre llegó a comprender que su adicción lo estaba alejando de su esposa y de sus hijos. Cuando por fin maduró emocionalmente y decidió que su familia era lo más importante, dejó de ser jugador.

A decir verdad, no es buena idea embarcarse en el matrimonio con la esperanza de que el compañero cambie. Pero es un hecho que las personas sí cambian. No pueden menos de transformarse. La vida matrimonial sana y ayuda a la gente a cambiar para bien.

6. Las parejas felices comprenden la importancia de las relaciones sexuales. Se nos dice a menudo que las relaciones sexuales armoniosas no constituyen por sí mismas un buen matrimonio; que este se fundamenta en la amistad, el respeto y el compromiso mutuos, cualidades todas que perduran después de que la pasión mengua. Con todo, basta ahondar un poco en la aparente calma de estos matrimonios y, en muchos casos pronto se revela una fuerte y vibrante sexualidad, una innegable “afinidad química sexual”.

Un marido describió a su esposa como “la mujer más bella del país”. Ver a la compañera de este modo significa considerarla, en primer lugar y sobre todo, como mujer. El amor de ambos es de naturaleza fundamentalmente sexual, independientemente de la frecuencia e intensidad de sus efusiones íntimas.

Para la mayoría de las parejas a las que entrevisté, la fidelidad no era lo que hacía feliz a un matrimonio, sino lo que lo hacía posible. La fidelidad conyugal era el requisito básico más patente. Cuando indagué más acerca de sus puntos de vista sobre el tema, la mayoría de ellos respondió con un “¡Sí!” o un “¡Siempre!” a la pregunta de si eran fieles. El concepto de matrimonio abierto no resultaba ni lógico ni atractivo para ellos.

7. Las parejas felices no luchan por adueñarse del poder. A los casi 50 años de edad, los cónyuges con quienes charlé no rivalizaban entre sí por el dominio en la relación, si acaso lo habían hecho alguna vez. Había conflictos, por supuesto, pero no tenían nada que ver con el poder o la jerarquía social.
Cuando se trataba de cambiar pañales o de ganar dinero, la mayoría de las parejas de más edad regían de acuerdo a los papeles sexuales tradicionales, mas no se sentían incómodos por esta división de funciones. Independientemente de las aportaciones que hacían, los esfuerzos de cada cual se consideraban de igual importancia en el ámbito familiar. La condición de igualdad de los dos integrantes de las parejas felizmente casadas se reveló de la manera más clara en su manejo del dinero. Sin excepción, todos los matrimonios bien avenidos dijeron que el dinero era de ambos, no de uno o de otro. No tenían conflictos de poder por cuestiones pecuniarias.

8. En las parejas felices, cada uno se refiere a su cónyuge con su mejor amigo. Todas las parejas dichosas con las que hablé emplearon espontáneamente esta frase. Por “mejor amigo” entendían lo mismo que el resto de nosotros cuando hablamos de nuestro mejor camarada del mismo sexo. Estos maridos y mujeres congeniaban más el uno con la otra que con nadie más. Pasaban largos ratos juntos conversando, arreglando su casa y disfrutando de pasatiempo en común. Todo cuanto ellos querían hacer con su vida, deseaban hacerlo juntos.

En ese sentido, los esposos bien avenidos se apoyan mutuamente y tienen fe el uno en la otra, aun cuando uno de ellos piense que el compañero está equivocado.

Una mujer con la que dialogué había dedicado 15 años de su vida al trabajo social. Luego, considerando que necesitaba “algo más”, anunció su decisión de renunciar a su actividad. Su esposo temió que estuviera cometiendo un error. Pero le aseguró que apoyaría cualquier decisión que ella tomara. La mujer inició una carrera nueva, y obtuvo un doctorado en sociología. Hoy día es profesora universitaria.

Lo importante aquí es que la mujer tuvo completa libertad para perseguir sus propias metas. Sabía que el amor y el respeto que su marido le profesaba eran incondicionales, entendiera él su decisión o no. Así debiera funcionar idealmente un matrimonio.

ALGUNOS EXPERTOS nos dicen que el amor romántico es inherentemente ilusorio; la idealización de una realidad distorsionada. Pero los cónyuges con quienes hablé han logrado conservar una visión notablemente idealizada de sus compañeros durante lapsos asombrosamente prolongados. Tras 10, 20, 30 o 40 años de íntima convivencia, se siguen sintiendo emocionadísimos uno respecto del otro.


Con todo, se consideraban personas del todo ordinarias. Muchos de ellos –en realidad, la mayoría– conocen a otras parejas igualmente dichosas. En efecto, pocos me dieron la impresión de llevar una vida muy diferente de la del resto de nosotros. Pese a lo que las altas tasas de divorcio de los años recientes nos han hecho suponer, el ejemplo de las parejas felices pregona que la felicidad en el amor constituye una meta genuinamente realista y alcanzable.


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