No me acostumbro
Enredado en la línea del tiempo, he viajado a mi pasado para volver a verte, para levantar el velo del misterio que envuelve la conclusión del tiempo en que vivo, la realidad que no me deja avanzar más allá de mis paradigmas, de mis fronteras mentales. La actualidad de aquel amor, que me resisto a dejarlo pasar.
El pasado y el presente se han fundido en este momento, en medio de mis recuerdos. Ya veo los autos, con música estridente, aceleran y rugen sus motores; también hay jóvenes ataviados que pasan apresuradamente para llegar a tiempo a quien sabe donde, hay otros que pernoctan por entre las veredas, aprovechando el claroscuro de los árboles y los faroles, atrincherados entre los arbustos, escondiendo sus botellas, fumando y conversando de temas que ya no sé.
En esa medianoche, más allá de la mundanidad, cerca al mar, en un cuarto piso, donde el bullicio citadino se confunde con el eco del viento, cuando mi habitación está en oscuridad y sólo la luz de la luna llena la ilumina a través de mis ventanas, con las cortinas todavía recogidas, nos contemplarnos, tu y yo. Puedo recordarte en esa noche. Tus ojos son del color del cedro recién barnizado; tu aroma, inconfundible, se asemeja a una suave vainilla que no quiero dejar de respirar; tus labios, de rojo cinabrio, me hechizan y casi puedo sentirlos palpitar.
He visto tu lozanía, cuando el rubor en tus mejillas era el rosado más intenso que mis ojos hayan percibido. Sentí la suavidad de tus manos, cuando estas pasaban por mis mejillas y terminaban de recorrer mi rostro en la cicatriz de mi barbilla. La textura de tu piel cuando rozaba contra la mía, con aquellos vellos erizados, cuando con mis besos, tu cuerpo descubría.
Pero sólo fue un instante, un inicio y un final, un sueño, un recuerdo, pero no un olvido. Estoy atrapado entre los versos de tu amor, en el romance, en el deseo, en tus cabellos, perdido en la profundidad de mi mente, donde hice un espacio para atesorarte por siempre.
En esa medianoche, más allá de la mundanidad, cerca al mar, en un cuarto piso, donde el bullicio citadino se confunde con el eco del viento, cuando mi habitación está en oscuridad y sólo la luz de la luna llena la ilumina a través de mis ventanas, con las cortinas todavía recogidas, nos contemplarnos, tu y yo. Puedo recordarte en esa noche. Tus ojos son del color del cedro recién barnizado; tu aroma, inconfundible, se asemeja a una suave vainilla que no quiero dejar de respirar; tus labios, de rojo cinabrio, me hechizan y casi puedo sentirlos palpitar.
He visto tu lozanía, cuando el rubor en tus mejillas era el rosado más intenso que mis ojos hayan percibido. Sentí la suavidad de tus manos, cuando estas pasaban por mis mejillas y terminaban de recorrer mi rostro en la cicatriz de mi barbilla. La textura de tu piel cuando rozaba contra la mía, con aquellos vellos erizados, cuando con mis besos, tu cuerpo descubría.
Pero sólo fue un instante, un inicio y un final, un sueño, un recuerdo, pero no un olvido. Estoy atrapado entre los versos de tu amor, en el romance, en el deseo, en tus cabellos, perdido en la profundidad de mi mente, donde hice un espacio para atesorarte por siempre.
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