Isabelle
En esas cortas noches de cuarentena, cuando caminaba contigo debajo de los faroles blancos del puente Grau; abrazados, cobijados, cubiertos del viento frío que azotaba las copas de los árboles que rodean el río, pronunciaba tu nombre aún cuando el aire de la noche nos cortaba. Más allá, donde las calles del antiguo Yanahuara nos escondían entre la oscuridad, me apretabas la mano, me abrazabas colgándote desde mi cuello, como lo hacen las mujeres enamoradas. Después reías entre tantas palabras para terminar mordiendo suavemente mi oído. Entonces era yo tan feliz. La Plaza de Cayma nos recibe con luces amarillas y rodeada de edificaciones de piedra blanca. En una de sus bancas, ya sentados, nos mirábamos, reconocíamos nuestros rostros con los dedos, sonreíamos y nos besábamos lentamente, como escribiendo un poema entre dos autores con la misma inspiración. Y al dormir con el calor de tu cuerpo en mi espalda, en mi boca perduraba el sabor de tu nombre: Isabelle.