Defensa al consumidor - Aceite de oliva El Olivar

Una de mis reglas de compra en comestibles es: hay algunos productos donde no se debe ahorrar. Así sucede con el cabanossi, aceite de oliva, chocolate, mantequilla, etc; pero cuando uno tiene los centavos contados, una promoción en un supermercado siempre resulta tentadora. Hasta un vino puede conseguirse barato, encontrarlo simpático y hasta disfrutarlo, pero un aceite de oliva.... ¡never in the life!

Para relatar mi experiencia será necesario expresarme con un lenguaje procaz. No continues leyendo si eres suceptible a este.

Sucedió en una mañana de un viernes soleado en una ciudad al pie de un volcán, mientras caminaba apurado haciendo las compras matutinas. Deseaba un aceite de oliva y caminé hacia el estante correspondiente, en donde encontré una promoción de S/6.99 por 200ml, siendo el precio normal de S/9.99 (USD3.1/EUR2.6) por la misma cantidad.

—Interesante..., pensé.

Admito que tuve alguna desconfianza por el precio, hasta sentí un cierto nerviosismo recorriendo mi cuepo. La marca no la había probado antes, aunque sí es una conocida y lleva años en el mercado. Revisé la fecha de vencimiento. Leí que no es extra virgen, pero dice "100% Puro".

—A la mierda, lo llevo.

Efectivamente, en el pasado no había comprado aceite de oliva que no sea extra virgen, pero pensé:

—No creo que sea malo.

La vida, sin embargo, está rodeada de ironías; las cuales, más que sazonar nuestras experiencias, las llenan de profundo remordimiento.

Después de preparar arroz con verduras sin sal y pollo al vapor, lo serví en mi plato y al lado una generosa ración de palta (aguacate). Para darle el sabor tan ansiado, cogí la botellita de aceite de oliva, la destapé rompiendo el sello de seguridad y, a penas acerqué mi prominente nariz al envase, el olor del producto no se hizo esperar, produciéndose el siguiente monólogo:

—¡Puta! Apesta.
—¡Na-a! La palta está lista y tengo hambre, quizá mi olfato se está equivocando...

Pero pocos saben que, cuando el reto Pepsi se lanzó por primera vez, allá en 1994, pude reconocer cuál era Pepsi y cuál Coca Cola, sin ver las botellas y sin degustar el burbujeante líquido, sólo bastándome con olfatear el contenido previamente servido en vasos diferentes y debajo de un mesa. Pocos saben que el olfato es tan importante en mi vida, que me enamoro de una mujer que lleva un perfume al cual soy débil, aunque esta mujer esté pasando a algunos metros de mí. Y pocos saben que me resistí a una operación que iba a salvarme la vida, si es que en esta cortarían mis nervios olfativos.

Lo diré simplemente: oler es para mí, como mirar para ustedes.

Al probar la ensalada quedé preso de mi ira. Felizmente, gracias a que otra de mis reglas de alimentación (no desperdiciar comida), no vomité ni arrojé la botellita al basurero, aunque alguna vez no pude evitarlo y terminé regalando a un vagabundo cierto producto que era demasiado malo (leer la crítica).

—Esta porquería está rebajada, seguro la mezclaron con aceite de soya.

Después de tales pensamientos, toda la bajeza humana vino a mi ser.

—¡Venganza!, dije, mientras mantenía el puño en alto.

Ideé un plan para satisfacer mi ego. Reclamaría por email y llamaría al teléfono que están en la etiqueta. Dejaría un pésimo comentario en su cuenta de FB, coaccionando a los del departamento de calidad para que me reembolsen el dinero gastado y se disculpen conmigo, so pena de dilapidarlos en todas mis redes sociales.

Terminé atragantándome toda la comida, que de todas formas había quedado mal, pues se quemó el arroz por atender a cierto personaje que llegó en el momento menos oportuno de la preparación del almuerzo. Lo siento por la palta que se echó a perder, porque era de la variedad super fuerte, de suave textura, sin fibras y claro sabor, como una mantequilla tibia.

En ese loco frenesí envié un par de SMS para consultar si alguien había probado el dichoso aceite, recibiendo respuestas negativas. Me alegró saber que no habían sufrido mi desventura.

Ya lavando la vajilla me tranquilicé, quizá por el agua fría o el simple entendimiento que un producto puede tener mal sabor, pero si tiene un registro sanitario, no hace daño a la salud y realmente cumple con los ingredientes que expone en su etiqueta, sólo resta calificarlo.

Fue así como mi experiencia llegó a este prestigioso blog. Aprovecho la oportunidad para saludar y agradecer al administrador de este web (yo) por brindarme un espacio.

Cuando estuve calmado, olfateé el contenido tres veces más y lo probé puro dos veces. Lo sé, fue un castigo, pero es lo mínimo que podía hacer por quebrantar mi propia regla de calidad.

Y al cerrar la tarde, algunos cúmulos de nubes grises cubren la pequeña metrópoli que, escondida entre la cordillera andina y emplazada en un paisaje desértico marcado por el frío de la temporada, se ilumina con los faroles de las centenarias calles coloniales y de las avenidas republicanas, mientras los habitantes regresan a sus hogares con la cabeza agachada, caminando penosamente por calles empinadas y huyendo del interminable bullicio de la modernidad.

Finalmente, sé que desean leer mi recomendación. Así pues:

Si no conoces de aceites de oliva, esta marca es una opción  —para odiar a todos los aceites de oliva—, pero si conoces algo de estos productos, evítalo a toda costa.  Para mí: ¡nunca más El Olivar!

Comentarios

  1. De acuerdo, nada con El Olivar. Gracias Daniel por el consejo. Y coincido en que un buen perfume enamora, de seguro tu perfume es encantador.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Rijchary - Inti y Sisa - Letra / Lyric

Cinemark vs Cineplanet

Roberto Carlos: La guerra de los niños

Un Viaje a la Vida: Solo escúchalo

Fernando Túpac Amaru Bastidas: Este cautiverio y agonía sin fin

Arequipa vs. Trujillo

Obras de Odría en Tacna