Árboles negros

La avenida se extiende de este a oeste; al centro, una alameda rodeada de altos árboles, limpia el aire contaminado que buses de transporte público, camiones y otros dejan sin compasión.

Del verdor de sus hojas, sólo lo explico porque estas se renuevan en algunos días, más el tronco de los árboles está ennegrecido por el monóxido que roncos motores exhalan cuando aceleran. ¿Aún recuerdas el color natural de la madera? Fíjate que ahora en lugar de resaltar entre los edificios, se pierden como en un retrato monocolor.

El incesante ruido de los motores, bocinas y gritos de cobradores, no es como el sonido del mar que golpea contras las rocas, no es como el rugido del río bajando gravemente por su cauce; es más bien, un torrente impredecible que se lleva la cordura y la paciencia de todos los que estamos al lado de su raudal.

¿Dónde están las aves que anidaban en sus copas? Hace años se marcharon, ya ni recuerdo sus cantos y si lo pienso bien, no veo a estas criaturas en esta avenida ni por casualidad, quizá porque todas empollan en las iglesias y otros techos, viviendo cerca de algún parque, donde los entusiastas de los animales le tiran comida.



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