Al pie del campanario: Preludio

Casi es medianoche en Arequipa y las campanas de la catedral están por repicar. Hace una hora estoy sentado sobre las gradas de la plaza, al pie del campanario, esperando el febril encuentro con una mujer que es la causa del brillo inusual en mis ojos.

La noche es propicia para una caminata: el cielo está despejado; las estrellas danzan incesantemente en un compás celestial, avanzando desde el este hasta el noroeste, para desaparecer en el mar.

El acostumbrado viento frío que baja desde el volcán, se ha convertido en una ligera brisa que, de cuando en cuando, nos recuerda que es necesario respirar el aire puro de las montañas, para limpiar nuestros sufridos pulmones de la contaminación ambiental.

La población descansa a esta hora, pero algunos solitarios merodean por la plaza o por las nostálgicas calles del centro histórico, por donde tantas parejas pasearon del brazo desde siglos atrás. Hay quienes permanecen sentados en las bancas y —generalmente—, lentos taxis transitan en espera de algún ocasional pasajero.

Una chalina gris oscura confeccionada con lana de alpaca que rodea mi cuello, acompaña al pantalón crema y al suéter rojo que llevo ceñidos al cuerpo; los zapatos, la correa y el reloj son negros; nada extravagante, todo en su sitio, limpio y arreglado, pero casual. Agregué una shakira y cuerdas que adornan mi muñeca izquierda, como parte de mi expresión adolescente que me niego abandonar.

Es cierto que el perfume no es mi preferido, pero sé que a ella le agrada, me lo dijo antes y creo que ya no podré dejarlo de usar. No afeité mi rostro hace tres días, no sólo porque agrega un toque personal, también es un estilo atractivo para ciertas mujeres, que disfrutan de una apariencia arreglada en un hombre, pero también desean que no abandonemos nuestra masculinidad.

Este día ha transcurrido con la emoción de finalizar la jornada para salir con ella; pero al caer la tarde, mis sentimientos desembocaron en una alegría que esperaba volverse jolgorio; casi una ansiedad, como la que sienten los caballos de carrera en el partidor.

Pero ya es tarde y ella no llega, mi ansiedad podría transformarse en desesperación. Si al finalizar las doce campanadas no me encuentra, mi desesperación se convertirá en una decepción, y esta me llevará a la tristeza.

Continuará...

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