Al pie del campanario: Aferrándome a una esperanza

Al sonar la séptima, regreso al momento que vivo, olvido a los terrucos y vuelvo a mi presente. Me desconcierta notar que en el grupo de animados amigos que viene por el lado de la plaza, no está la musa de mi inspiración.

Con este descubrimiento, mi emoción se convierte en angustia, en una esperanza casi religiosa, donde sólo la fe, como un deseo vehemente para que suceda el encuentro, me mantiene a flote aún en la ausencia de pruebas, muy alejado de la realidad.

Inconcientemente observo el cielo, quizá buscando ayuda entre las potencias celestiales, pero me concentro en buscar una solución al momento o, al menos, levantar mi ánimo para no doblegarme ante el suspenso de su llegada.

Repentinamente vienen a mi memoria, algunos de los versos que por la mañana brotaron con euforia, ilusionado por el encuentro de esta noche:
¡La poesía rimada ha muerto! Los poetas del pasado jamás volverán. ¿Dónde está ese libro de versos apasionados que un tal Vallejo escribió? Hoy quiero hacer un brindis por la mujer que yo quiero y escribirle, no sólo prosa, también unas líneas de amor.

Quiero confesarte que me he enamorado
De tus ojos negros y de tus labios rojos
Del aroma florido que disfruto a tu lado
De la mujer templada que se niega antojos

Eres tú, amada, la que inspira mis versos
En cada noche y en cada mañana
Al recordar la sinceridad de tus besos
Y ese encuentro mágico el fin de semana
¡No! Perder la esperanza no debo, porque con ella quiero hacer un gran esfuerzo, liberarme del pasado incierto y de las pasajeras relaciones que no duraron más de una semana. Quisiera ver el amanecer en la terraza, abrigado junto a ella, o permanecer abrazados cuando el sol se oculte en una playa lejana.

Continuará...

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