Pinta todo mi mundo con tu amor

Estaba con ganas de vivir, lleno de energía; atravesando uno de esos momentos cuando la electricidad fluye por el cuerpo, el tiempo en que no me interesa el mundo, cuando sólo siento las alteraciones químicas que suceden dentro de mí y el deseo inmenso de descubrirme, de arrancarme el velo de seriedad.

Sí, dejé de pensar, sólo sentía.

Recordé a una mujer, la más humilde de todas, la más pequeña. ¡Oh! Ella me conoció donde otras no lo hicieron. Las noches a su lado eran de eterno descubrimiento, podía ver cómo las chispas saltaban desde nuestro cuerpos, iluminando toda la habitación.

Si nos vimos en secreto, a nosotros no nos importó. Las noches que a su lado compartí, no tuve miedo de mostrarme como soy, de su dominio amable, o a estar entre sus brazos durmiendo, dejando que su pecho se una con mi espalda, y su pierna descanse sobre la mía, sintiendo todo su calor.

Descubrió mi fragilidad en la intimidad, mi delicadeza, la sutileza que estaba almacenada en un desconocido cajón. Escribió versos de pasión con sus labios sobre mi pecho, exploró con sus suaves manos, incógnitos lugares en mi cuerpo, amó cada parte de mí y acarició mis cabellos con cariño, aún en los momentos en que se entregó. Dibujó un arco iris de colores en mi piel, besó mi cuello hasta que perdí el control, hasta que no pude seguir, hasta dominarme, arrancándome no uno, sino varios suspiros. Entonces sucedía... el hombre estaba vencido, la miraba con sumisión, con entrega total, podía sollozar delante de sus ojos sin avergonzarme; me sentía descubierto ante ella... y así me aceptó. Finalmente era yo mismo, como un lienzo ya templado y en blanco,  listo para que se pinte una obra clásica o surrealista, también era un poeta que haría con ella, una prosa inolvidablemente romántica, un lenguaje cifrado para los que no encontraron pasión, con el mismo corazón.

No tenía que decirle algo, ella lo sabía todo. Bailé al ritmo de su cuerpo, de la forma como llegó la inspiración. Su calor y el mío eran humanos, entendíamos nuestra naturaleza sensible. La vi llorar en esos momentos, entonces sólo quería que esté completa, como yo lo estaba con ella. Verla llegar, una y otra vez, me llenó de satisfacción. Para mí, alejarme del éxtasis propio era lo mejor. La vulgaridad de lo común y la saciedad eran mi terror, yo ya lo había dado todo sin necesidad de llegar a la conclusión, al acto final.

No olvido la compañía de su cuerpo desnudo, su entrega, su exigencia, todo era perfecto, pues sucedían los minutos con paciencia, con detalle, sin apuro alguno. Me pregunto si el universo existió cuando compartía con ella, pero no lo sé; sólo sé que mi corazón exhaló —por fin— la angustia de la normalidad.

Me ayudó a mostrar un lado escondido. Superé el sentimiento arraigado de los géneros masculino y femenino, pues, entre sus brazos, me convirtió en su hombre —como todas—; pero también, me sentí como su mujer. Llegué a ser su todo entre la oscuridad de la habitación, donde ella me preñó con su cariño, logrando que aflore una criatura de mi; y fui yo quien parió un nuevo ser.

Si lo digo sin temor ahora, es porque estoy seguro de mí mismo. Si me preguntan si la extraño... os puedo jurar que sí, me estoy muriendo en la soledad.

Así pasaron las horas y al terminar esta prosa, me siento satisfecho, lleno de vida, sin experimentar el deseo carnal, libre de toda culpa, libre para amar de la forma como solo un poeta lo puede experimentar. ¿Cómo explicaría aquello que para todos es  común y necesario? Podría contar el secreto pero, ¿quién lo entenderá?

Sí, con los ojos humedecidos estoy, pero listo para bailar y cantar.


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