Un café frío

La menguante tarde me sorprende sentando en una cafetería, que durante años, acompaña la vida diaria de los citadinos, en una de esas calles coloniales de la andina ciudad.

Aquí, entre casonas de piedra blanca, balcones, puertas y ventanas con madera repujada, hierro fundido en formas de arcos, ojivas, flores o simples figuras geométricas, disfruto del solaz con la arabesca bebida, recién servida.

Algunas personas de saco atraviezan la empedrada calzada. Luego, me pierdo con la mirada fija en la nada, quedé absorto y dubitativo. Después de algún tiempo, sin tener noticias de la mujer que encendía mi inspiración y alargaba mis noches mientras, con pluma en mano, plasmaba sobre el papel los pensamientos bonitos que por ella sentía; llegó hasta mis oídos, el anuncio de su inminente regreso, de su deseo manifiesto de retomar sus planes truncos por su partida.

Y así avanzan los minutos, el café se ha quedado a la mitad.

Recuerdo que fue en esta mesa, donde ella y yo disfrutamos de un chocolate caliente, cuando mis días eran alegres, cuando su compañía animaba mi corazón. Y hoy, en el final de un día invernal, los pensamientos en ella asaltan mi mente. Ya mis labios no muestran una sonrisa, como antaño lo hacía con ella; son mis cejas las expresivas, frunciéndose mientras mi cabeza se mueve -suavemente- de un lado a otro, en señal de un "no".

Sin notarlo, el ambiente está en silencio y las luces nocturnas atraviezan el pórtico hasta mi mesa. Entonces sucede, acerco la taza para terminar mi bebida, que después de resignarse al olvido, la recuerdo, pero la bebo fría.

Ese café, es como mi corazón, que caliente estuvo con ella, pero con su olvido, ahora lo siento frío.


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